Tal vez no sea un pensamiento extraño para el lector ese que de vez en cuando se instala en la mente y que anima a quien lo alberga a huir del mundanal ruido. Desconectar de lo demás para conectar con uno mismo. Bueno, pues eso es precisamente lo que ofrece la bella Tabarca: paz, tranquilidad y la esencia real del mar Mediterráneo en un frasco pequeño.
La isla de Tabarca, o Nueva Tabarca, es la ínsula más pequeña del Mediterráneo habitada. Según los últimos datos oficiales, en el año 2019 únicamente 51 personas vivían en las pequeñas casas que salpican la zona oeste de la isla, la única poblada. Privilegiados vecinos y vecinas que disfrutan todo el año de uno de los mayores tesoros que guarda la Comunitat Valenciana.
Tabarca pertenece a la provincia de Alicante y es precisamente desde la capital alicantina y desde la vecina localidad de Santa Pola de donde parten las conocidas como «tabarqueras», los barcos que realizan viajes regulares para llevar y traer a los visitantes de la costa a la isla.
Si no se cuenta con barco privado o no se puede alquilar uno, las tabarqueras son la opción ideal para llegar hasta la isla. Tabarca se encuentra a unos ocho kilómetros del puerto de Santa Pola (lo que supone un poco más de media hora de viaje) y a unos 22 kilómetros de la ciudad de Alicante.
Una vez el barco amarra en el pequeñito puerto de la isla, el visitante encontrará una amplia oferta de locales de restauración. No en vano, el motor económico de Tabarca es el turismo. Si bien durante el invierno los tabarquinos viven en una quietud extrema, también lo es que cuando llega el verano los turistas se lanzan en masa a visitar las vírgenes playas y calas de esta isla y a degustar los platos típicos hechos a fuego lento y que encierran el testimonio de sus antepasados como el tradicional caldero de gallina, un pez de roca que habita en las aguas de la zona. En primer lugar se sirve el pescado con patatas hervidas, un poco de caldo y allioli para después, ofrecer al comensal un arroz preparado con ese caldo. No pueden dejar de probarlo si se deciden a visitar Tabarca o pasar unos días en ella: la oferta de alojamientos se ha incrementado en los últimos años. Ahora se puede elegir entre hotelitos boutique o viviendas de alquiler.
Un legado y disfrute incalculables
La isla de Tabarca es reserva marina y por ello se encuentra muy protegida. Se pueden practicar deportes acuáticos pero siempre con mucho cuidado de no dañar las praderas de posidonia que envuelven el territorio y le dan a sus aguas ese azul turquesa tan característico.
Nadar y hacer esnórquel en un lugar por el que han pasado griegos, romanos, musulmanes, corsarios y genoveses dejando todos ellos su impronta es una experiencia que nadie debería perderse.
La geografía insular es muy característica. Está claramente dividida en dos partes: este y oeste unidas por un istmo en el que se estrecha el terreno y en el que encontramos el puerto y las dos playas. Rodeando el resto del terreno encontramos un montón de calas en las que poder bañarnos.
En la parte oeste de la isla encontramos la ciudad de Tabarca que se halla rodeada por una muralla de la que quedan algunos tramos. También se conservan tres puertas: Puerta de Levante o de San Rafael, la puerta de la Trancada o de San Gabriel y la Puerta de Tierra o de San Miguel.
En el núcleo urbano destacan varias construcciones. En primer lugar la iglesia de San Pedro y San Pablo, patrones de la isla. También llama la atención del visitante la Casa del Gobernador, construida a mediados del siglo XVIII, que se ubica en uno de los laterales de la plaza de la localidad. Esta vivienda es, desde hace unos años, un hotel con encanto.
La parte este de la isla, en la que no hay ninguna vivienda, se encuentra la Torre de San José, una torre-fortín obra de Francisco Gilve Federichi, construida hacia 1790. Ha sido cárcel, cuartel de los Carabineros y actualmente está destinado a uso como cuartel de la Guardia Civil.
Si seguimos los senderos que nos llevan hacia el extremo oriental llegamos al faro de Tabarca, construido a mediados del siglo XIX y se cree que fue utilizado como escuela de fareros.
Continuando por los caminos que se dibujan entre la escasa vegetación, llegamos a Punta Falcó, el punto más al este de la isla. Merece la pena sentarse en las rocas para divisar el mar y los islotes donde rompen las olas al atardecer.
Muy cerca de Punta Falcó se ubica el cementerio de la ciudad. Diminuto, íntimo y muy curioso donde descansan para siempre los afortunados tabarquinos que vivieron en esta deliciosa y pequeña isla.
Disfrutar de esta auténtica joya del Mediterráneo es una obligación para quienes tenemos el privilegio de tenerla tan cerca. Olvídense de esas islas tan famosas que salen en los anuncios. Son preciosas y con mucha fiesta, pero el viaje imprescindible tiene destino Tabarca.