Pelayo, el itinerario vital de Rovellet
"Pelayo es como el patio de mi casa", declara el histórico jugador de pilota. Su imagen está colgada en el Olimpo del trinquet que recibe el nombre de la calle. Rovellet es amigo de Claramunt como lo fue de Puchades, admirador de los toreros Manolete y Antonio Ordóñez y del tenista Federer. No olvida las comidas en Dénia junto a "El Genovés"

Antonio Reig "Rovellet" acaricia la red del trinquet de Pelayo con tacto de enamorado. / Fernando Bustamante

Cuando Rovellet entra en Pelayo se le trata con fe de bautismo. Primero el silencio que aporta su presencia se adensa como el aceite y luego despierta un murmullo de sacristía cuando todos se acercan a él. Su magnetismo es propio de un manto sagrado. Basta con mirarlo para entender su simbolismo. Él en sí mismo es un continente traslúcido que nos recuerda que solo con la humildad se puede lograr la superioridad de la sabiduría sobre el resto de los actos. «Jo per què et voldré tant?», le dice un aficionado nada más acceder a la cancha cubierta más antigua de Europa, fechada de 1868. «Hui no t'he vist en el cartell de la partida. Què t'ha passat, mestre?», se ilusiona otro admirador mientras lo saluda. A todos les responde con carisma y su media sonrisa de siempre.
Antonio Reig Ventura -su nombre propio- tiene estilo en la frontera de los 89 años. En el vestir, en el hablar y en tantos otros asuntos de la vida como la puntualidad y la palabra dada. Sus circunstancias vividas en el mundo de la pilota permiten que hoy luzca con dignidad y hasta con belleza su forma de ser.

Rovellet junto a los pilotaris Javi de Massalfassar y Carlos de Genovés / Fernando Bustamante
Usa corbata, zapatos y agua de colonia. Tiene una memoria privilegiada. Sus manos son largas y curtidas, como los vaqueros del Oeste. Enjuto y fino, parece escapado de un cuadro del Greco. Sus ojos se entornan enamoriscados con el frescor nítido y el blancor inocente del interior del trinquet, como si se transportara a sus tiempos de pilotari. Porque su sendero espiritual y vital arranca aquí, en el número 10 de la calle Pelayo de València, en el corazón del barrio de Jerusalem, donde nació: «Cuando empecé a caminar, mi madre me bajaba al trinquet para que jugara. Desde entonces hasta hoy, nunca he dejado de venir. Era como el patio mi casa y me crié con jugadores como Quart y Llíria», expresa.
Su padre también fue jugador. De él heredó el nombre de «Rovellet» y así también se llama el trinquet de Dénia, donde nació su progenitor. La capital de la Marina es otro punto de su itinerario vital. Allí frecuentaba el bar Neutro, el Quijote o el Club Náutico. Y en los clásicos restaurantes Mena y Pegolí se comía las «mejores gambas del mundo» junto al histórico Paco Cabanes «El Genovés». Aunque la mejor fideuá la ha probado en el puerto de Gandia.
Su recorrido vital también le lleva a la cafetería Martín, en la misma calle Pelayo, y a la taberna Alkazar de la calle Mossèn Femades, donde toma el aperitivo.
Ahora vive en el número 18 de la calle del trinquet, donde tiene un azulejo que lo recuerda. Él es el mito vivo más importante de este deporte milenario porque se encuentra junto a Nel de Murla, Xiquet de Quart, Juliet d’Alginet y Genovés en el cuadro de honor de la galería de Pelayo: «Todos ellos han tenido unas condiciones fuera de lo normal, han sido muy técnicos y muy potentes», asegura mientras los mira en el centro de la pista. Tampoco olvida cuando Nel de Murla lo llevaba de la mano a la escuela que, por aquel entonces, estaba en el Ayuntamiento de València: «Aprendí de él mucho, me fijaba en su forma de ser».

El maestro de la vaqueta en medio de la histórica calle Pelayo / Fernando Bustamante
En el trinquet de Burriana, al que Genovés definía como «la Real Maestranza de la pilota», Rovellet tiene un busto que preside el bar: «No hago caso de los homenajes, no me gustan. Me dicen que tengo demasiada modestia, pero no es falsa».
Otra de sus grandes pasiones es el fútbol. De hecho, tenía el abono de Mestalla en la fila cuatro del anfiteatro: «Puchades y Claramunt han sido íntimos amigos míos y el brasileño Válter Marciano pedía al entrenador salir antes para verme jugar y, luego de la partida, tomábamos algo», rememora. En el tenis, admira la clase técnica de Federer y en los toros, Manolete y Antonio Ordóñez fueron sus toreros. De hecho, conserva con cariño una foto que le firmó el mismísimo Ordóñez: «A mi tocayo», le escribió el maestro. «Otro torero, Gregorio Sánchez, también era mi amigo y cuando toreaba en Fallas, también venía a verme jugar. Me deseaba suerte, como si yo fuera a torear», recuerda.
También le gusta leer las comedias del valenciano Vizcaíno Casas y ver las películas de Gary Cooper, especialmente El manantial.
Su ilusión transparenta respeto y melancolía porque solo le falta ahora una aspiración para ser verdaderamente feliz. Es sencilla, tiene esa ventaja: volver a jugar a pilota. «Soy creyente y no tengo medio a morirme. Estoy mentalizado para ello y quien no lo esté, peor para él», concluye.
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