En el país de las Fallas, la desmesura y los colores rugientes son de ordinaria administración, como la tortilla de patatas. Exagerados, hirientes, caprichosos, fantásticos y enemistados con el buen gusto. Lo siento cada vez que veo la Casa dels Jueus de Guardiola, en la calle Castelló de València. ¿Es fea? No sabría decirles, a mí me gusta. Supe que un día u otro les invitaría a este viaje al descubrir, entre la bruma del Garbí, a la salida de Segart, un chalet muy montonero que se adorna con arcos de herradura, pirulos y tejados en un coupage de varias cosechas y órdenes.

Casas del Cabanyal con su cerámica característica. L-EMV

Mucho antes ya había visto, sin acabar de creérmelo, una réplica, a escala de segunda vivienda, de las Torres dels Serrans y, junto a la autopista, una madriguera de la Sirenita de Disney más recubierta de conchas y peladillas que la chepa de Neptuno. Casas, murales, cerámicas, anuncios..., todo cabe en esa universal pulsación que en València halla tierra abonada y feraz, y cuando digo València incluyo a la Ciutat y su Regne, pues en la capital está el Palau de les Arts, una protrusión oval sobre huevera en caballete, en cuya asimilación estética cualquier observador invertirá más días que en digerir un botillo del Bierzo. No hace mucho, al salir de Novelda, me encontré, entrevista a lo lejos y en lo alto de un monte, con una versión de secano del templo expiatorio de la Sagrada Familia, pero a ver como la expiamos a la pobre y noble Magdalena.

Casas, murales, cerámicas, anuncios..., todo cabe en esa universal pulsación que en València halla tierra abonada y feraz, y cuando digo València incluyo a la Ciutat y su Regne

Para los recodos más tormentosos del alma valenciana, Tim Burton es un autor costumbrista. En uno de los pueblos de la Vall de Segó, me encontré, pintada en el suelo, una imagen fálica de la longitud de un carrer de volta. Admitan que, como acto de afirmación, es difícil de superar, aunque un eximio artista del Grau de Castelló se presentaba a sí mismo como pintor de pilius.

La Casa Judía de València. L-EMV

No sé si los árabes hicieron bien en enseñarnos técnicas de vidriado, en general, y de reflejos metálicos, en particular, pero no cayeron en saco roto. De hecho, el saco alcanzó la más redonda preñez, y ahora, en justa correspondencia, alumbra mobiliario, vajilla y lámparas destinadas a los jeques del petróleo con mármoles, leones, bronces y más lágrimas (de cristal) que caben en una telenovela venezolana: como en una pesadilla de José Luís Moreno, y perdón por el horror que la frase prefigura.

Palau de les Arts de València. L-EMV

Me extraña que doña Rita, la exalcaldesa, tan de insignias marianas y revuelos josefinos, no se hubiera enamorado de la cerámica sin límites del Cabanyal y se empeñe en convertirla en trencadís. Con la cerámica acometemos algunos de nuestros más osados empeños. Y en la fachada, a la vista de todos: la vergüenza se hizo para los pisaverdes que colgaron de la palabra kitsch todo lo que no cabe en las antologías, ni en ningún sitio, la verdad, pero está ahí: palpitante, vivo, galáctico. En la sabrosura de la coentor, como en todo lo demás, lo importante es llegar al fondo: a los tibios se les juzgará por su tibieza.