Ya dije que Chelva tiene muchas caras (urbanas, lugareñas, agrestes) y que una de las más amables se descubre dejándose llevar por la carretera trepadora hasta Ahíllas. Pegado al casco urbano, está el Calvario, que es pequeño, elegante y bien aprovechado: en su escaso espacio, la estructura laberíntica del camino crea una ilusión de ascenso.

Casi enfrente, está la plaza de toros: por fuera no parece muy bonita, aunque tiene la encarnadura y los arcos sostenidos por ladrillo macizo, un respeto, y a buen seguro continuará en pie cuando ya haya expirado el más longevo de los delincuentes de la burbuja inmobiliaria. Dicen que caben tres mil personas.

El cartel que luce la fachada es de hace muchos meses. Cae una lluvia inconstante y fina, la excursión la hicimos antes del veranillo de la Epifanía. Seguimos subiendo entre pinares y roques agudos de piedra rodena. De una de las revueltas arranca la desviación hacia el santuario de la Virgen del Remedio, muy cuidado por manos solícitas, la fachada pintada de azul y blanco, el porche, con angelitos cerámicos de fábrica reciente y espíritu barroco, aunque más moderna aún es la vidriera que cubre el óculo del santuario.

Con la hospedería forma un conjunto notable y macizo, de lustre. Y hay parrillas públicas, bar y terraza: estamos a punto de caer en la tentación de probar sus tapas. Un cartel derribado anuncia el gasto de más de cuatro millones en obras de jardinería, el lugar lo merece. Este es el arranque de una romería que, a principios de agosto, convoca a indígenas y forasteros.

Hay otra Virgen de los Remedios, en plural, patrona de las villas de Fregenal de la Sierra y La Laguna, que no sé si es de la misma genética que la chelvana, creo que no, pues la otra es capitana general de las Fuerzas Armadas, aunque hay que reconocer que a su fino talle se ajusta mejor el fajín que al de Franco, que era retaco y gordete. Antes de llegar a Ahíllas, el paisaje se allana, primero, y desciende después.

Se entra a la aldea vadeando, literalmente, un arroyo que con los humores acuosos crecidos debe de dar miedo. Veo fuente y bebedero de piedra al amparo de San Juan Bautista, pero ni un alma: la voz que clama en el desierto. Hay una furgoneta parada delante de la iglesia, que me estropea la visión de su arco aragonés.

De vuelta a Chelva (que tiene centro excursionista: miren en cechelva.org), tomamos el camino de tierra hacia el pico del Remedio, que aparece erizado de antenas de telefonía (no distingo las civiles de las militares, y de estas últimas desconozco su grado), y hay un incongruente castillejo de obra reciente, y un tipo, de paisano, en una garita. Conocía por la tele esta atalaya de los meteorólogos y los servicios forestales. Trenes de nubes y cortinas de niebla se enredan, confunden y desgarran en los riscos como en una escenografía del Éxodo visto por Cecil B. de Mille