Emili Piera

En todo caso, y de producirse (Dios no lo permita) el ensombrecimiento de los últimos taurinos y cómicos (Utiel, país tropical), aún quedará el vino. Casi frente por frente están la plaza de toros (que llegó a acoger el clamor de diez mil gargantas) y la cooperativa y su fachada de mucho trapío azulejero, tan valenciana: parece más antigua, pero se construyó en los años del hambre y aún más tarde.

Valencia, por el oeste (salida a Madrid), pierde enseguida la huerta y el valenciano, a favor del secano y el español. Como el suelo es más barato, la carretera configura una economía de galería: gasolineras, polígonos, almacenes siempre a la vera del camino real convertido en autovía. Hasta más allá de Buñol (molinos eléctricos en el espinazo de la sierra), el paisaje no recupera su venerable rostro agrícola. En Utiel, y por cualquier camino que tomes, se retuercen los troncos de las viñas viejas: ahí sí que hay un capital.

Tomamos un café en la pastelería El Cebo, muy bien surtida de salado y dulce, con la casa del Pasiego y el convento de la iglesia de la Merced a la vista, aunque yo me fijo en la destilería Casamayor, adorable antro al que una reforma, al parecer en marcha, quizás salve. La iglesia tiene jardín y bonito muro de cierre.

Lo primero que vemos de Utiel en este domingo cuyo frío vibra bajo una gran colada de sol, es el teatro Rambal con pancarta que anuncia concurso nacional. La villa contribuyó lo suyo a la farándula, y a Luis Berlanga pongo por testigo.

Callejeando por el casco antiguo, que tiene descensos y repechos muy leves y no es, de ningún modo, la parte más alta del trazado urbano (cosa notable), llegamos a la iglesia de la Asunción: nada en su portada, que los expertos llaman manierista y que es, en buen castellano, un robusto mazacote (hasta la poderosa torre es más marcial que eclesiástica); nada de eso, digo, nos prepara para la espléndida eclosión de su interior gótico, que fulgura tras las sonrisas de una peña de jóvenes feligreses con guitarra. La misa acaba de terminar y nos demoramos un buen rato con esas columnas salomónicas y las muy historiadas (y a veces doradas) ménsulas, con el buen trazo de sus arcos… Este lujo en piedra lo tramó un discípulo de Pere Compte, el de la Lonja, así que recibió la revelación de labios de quien podía trasmitirla. A su lado, el ayuntamiento puede parecer pobre, pero no es cierto: tiene la sobriedad de líneas y el encanto de un alma regeneracionista, la de Carlos III. Paseantes al sol atormentados por una brisa oblicua.

La trama urbana del viejo Utiel es bien interesante. El antiguo ayuntamiento alumbró dos viviendas y conserva sus arrugados aleros. Hay un callejón de la Alegría, pero otro de las Amargosas. Más callejones, muchos, y una Puerta de las Eras. Hubo judíos y moros, además de cristianos, pero ahora la población es otra y aún se mantienen en pie edificios de hechuras tradicionales, con el balcón o el mirador ampliamente volado sobre vigas de madera, una belleza.