Posverdad: dícese de aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público. Con un redactado análogo a este, aún por determinar, figurará el término «posverdad», a partir de diciembre de este año, en el Diccionario de la lengua española, que edita la Real Academia Española (RAE). Una decisión que da carta de naturaleza a un término, derivado del anglosajón «post-truth», que ha adquirido presencia en la vida cotidiana a rebufo de recientes ( y exitosas) campañas políticas que han usado la falacia como argumento.

La paternidad del término, en su forma inglesa original, se atribuye al dramaturgo Steve Tesich, que lo empleó en un artículo publicado en 1992 en la revista The Nation. En España, precisa la Academia, los registros de uso se remontan hasta 2003. Pero la definitiva difusión del término, su «triunfo», se ha producido en los últimos dos años. Tanto que el Diccionario Oxford de la lengua inglesa eligió el término como «Palabra del año» en 2016.

La controvertida victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE UU o el apoyo mayoritario de los británicos a la salida del Reino Unido de la Unión Europea (el «Brexit») emergen como ejemplos determinantes de la irrupción de la posverdad. Mas el presidente de la Academia, Darío Villanueva, identifica también ejemplos de uso durante la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989), aunque no se hubiesen identificado en la época como posverdades.

Y es que, aunque el término sea relativamente reciente, el concepto, esa oclusión de la objetividad en favor de una subjetividad sin apoyo en hechos verificados, es muy antiguo. William Shakespeare, pionero de tantas cosas, ofrece un ejemplo perfecto de posverdad en La fierecilla domada: al final de la pieza, la combativa Catalina se somete a Petruchio en cuerpo y alma, hasta el punto de negar, por indicación suya, que el sol brilla en el firmamento.

«Es una palabra que es un calco de 'post-truth", que no tiene solamente validez en español. Se refiere a algo que se opone a lo objetivo, que está funcionando del mundo social y que pueden mover a los individuos», explica el académico Salvador Gutiérrez Ordóñez, que incide en cómo hechos recientes como la campaña presidencial de Donald Trump o el auge de los populismos han motivado que esta palabra esté «flotando» y haya calado en la sociedad.

La introducción del vocablo, como neologismo, en el Diccionario es definitiva, aunque Gutiérrez Ordóñez precisa que los académicos aún están debatiendo la definición: "La inclusión de la palabra en el Diccionario fue objeto de discusión durante una visita que hicieron los Reyes a la RAE, hace una semana, y aún tenemos que darle alguna vuelta a la definición. Va a entrar en el Diccionario porque es una palabra que se ha asentado en la lingüística, que está ocupando muchísimas páginas, se cita en muchísimos artículos. Pero como todo lo que hace referencia a algo ideológico tiene unos bordes fluidos, flojos. Exige alguna reflexión, y es posible que, aunque lleguemos a una definición, ésta puede ser modificada en plazo breve". Pese a esta difusión del término, su inclusión en el Diccionario de la Lengua Española es discutida desde algunos ámbitos filológicos. "Me parece inútil de todo punto la palabra posverdad. Ya existían en español varias palabras para manifestar el concepto de lo que la Academia va a llamar 'posverdad': es la estafa, la falsedad, la mentira, la manipulación, la falacia, la bola... Es la trola de toda la vida", sostiene Francisco García Pérez, doctor en Filología y Catedrático de Lengua castellana y Literatura.

A juicio de García Pérez, la decisión de la RAE «obedece a un doble complejo de la Academia: por un lado supone una cesión más al imperialismo anglófilo, y por otro responde al deseo de la institución por estar al día».

Pero más allá de estas apreciaciones, García Pérez considera poco apropiada la intención de la Academia de dotar al término con una definición aséptica, pues entiende que al omitir las connotaciones negativas que, de hecho, tiene el concepto de posverdad, se le estaría dando un aura de respetabilidad que podría ser peligroso. "Si no se define esa palabra como algo negativo, con alguna referencia despectiva, puede llegar a primar la apreciación de cada cual, el 'a mí me parece', y convertirse en la verdad", alerta García Pérez.

Desde la Academia, el debate relativo a la definición se afronta desde otra perspectiva. "El significado es ese: una información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público. Otra cosa es que tenga una connotación, que se asocie como algo negativo", sostiene Salvador Gutiérrez Ordóñez.

A juicio del académico, esas connotaciones negativas quedan implícitas en la propia construcción del término: "Por eso se añade el prefijo 'post': primero sería lo no objetivo, y después esa verdad que no se apoya en la tierra, que no tiene patas, que no tiene soporte en la realidad".

Darío Villanueva, que adelantó la introducción del término en el Diccionario durante una conferencia impartida este jueves en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, en Madrid. "La posverdad representa una evidente negación de la realidad", aseguró Villanueva, que incidió en el potencial "que la retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso".

"Es verdad, Petruchio. Jamás, jamás he visto una noche tan oscura", afirma Catalina, antes de pedir a su amado que la cogiese del brazo para no tropezar en la ilusoria oscuridad de una "noche negra como conciencia de hereje". Al final de La fierecilla domada, la posverdad se imponía para propiciar el triunfo del amor. Ahora, son intereses más espurios los que se valen de esta figura. De esta "forma posmoderna de llamar a la mentira", tal y como la definió el profesor de comunicación José Luis Orihuela.