La televisión pública valenciana tenía dos formas de sumarse a la producción de series desde dos perspectivas solventes: el relato histórico modo «Juegos de Tronos», «La catedral del mar», «Águila Roja» o «El ministerio del tiempo»; o la tendencia urbana de «Suits», «Velvet» o «El Internado». Había una vía propia iniciada por «Crematorio», la serie del magnífico libro de Rafael Chirbes. ¡No será por los casos de corrupción que ha generado la política valenciana! Sin profundizar mucho salen sagas como «Los Blasco» o «Los Cotino». Con perspectiva y sentido de cambio de paradigma, un formato de los citados hubiera sido inteligente de cara a colocar el producto en otra emisora de la Forta (televisiones autonómicas), e incluso en alguna plataforma digital. Pero no. Se ha vuelto a caer en los tópicos endógenos con un componente rural desafinado. Me sabe muy mal, porque tengo el máximo respeto por la casi totalidad del equipo de «La forastera», la serie que estrenó À punt el domingo con un 3,6% de audiencia. El primer capítulo es una actualización de «L'Alqueria blanca», esa serie que la actual responsable del ente dijo que no cabía en su televisión, como tampoco el fútbol. Pues el domingo, gracias a esa agro comedia y los fastos del centenario del Valencia CF con el partido de las leyendas incluidos, la emisora pública alcanzó casi el 4% de audiencia, esa a la que esta obligada, si el Consejo Rector de la Corporació Valenciana de Mitjans de Comunicació (CVMC) ejerciera como tal y llamará de una vez al orden a los gestores de 55 millones de euros de los valencianos. À punt está mal administrada desde su origen, pero los culpables son los miembros de ese clandestino CVMC que cedieron a las presiones externas para poner al frente del ente al equipo más pusilánime. Si «La forastera» es el modelo para recuperar el herido sector audiovisual autóctono, apaga y vámonos. Hay tanto floclorismo en la serie, como en el partido de la alcaldesa de Serrabella, el pueblo ficticio seriado.