Al desenlace no se le puede pedir más, no hace falta ser «spoiler» para saber que parte del broche es la reaparición estelar de Anna Allen, la estrella que simuló brillar más de la cuenta, que cayó escondida y hoy, curada de la lapidación, se vuelve a levantar o al menos lo intenta.

Tantas veces me pregunté dónde está, desde que desapareció hace cuatro años después de salir a la luz una carrera inventada, interpretada, construida a base de humo de fantasías hollywoodienses, haciendo creer lo que nunca fue. La imagen mató al contenido, de eso va Paquita Salas, en un mundo donde las apariencias cuentan más que el núcleo y una sociedad en parte construida sobre la apariencia, donde Anna sólo es una trola más.

Habrá quien le llame mentirosa, pero mentiroso también es el currante que llama inglés medio al elemental, o el político que inventa masters o problemas inexistentes con los que dividir para vencer, qué más da. Mentira es pintar con filtros la realidad, para aparentar una vida feliz en Instagram conseguida a base de «likes», o la vida de la vecina que presume de marido perfecto e hijo ideal pero que llora la realidad en soledad; falso es el que se acerca e intenta agradar para conseguir y trepar...

La farsa convive con el ser humano, pasa de toda una vida, tantas veces es cruel y para los artistas a veces más. Anna Allen da la cara y se resarce de su engañifa en un monólogo brillante, entonando un «mea culpa» que suena a sinceridad, toda la que escatimó en su currículum interpretado a la perfección, hasta su desmorone. Reconstruirse y surgir levantando así la cabeza me resulta bastante valiente y la valerosidad requiere un esfuerzo mucho mayor que el embuste. Merece perdón. Que más o menos, todos hemos faltado a la verdad alguna vez, pero no son tantos los que confiesan al engañado. Ahí la lección de Anna, todos deberíamos ser un poco más Allen arrancando sinceridad....