Visioné El Crítico en TCM con el rugido de la olla a presión de mi suegra de fondo. Esa cocción del puchero al fuego venida desde la cocina, que duró menos que la hora y media de documental, no fue inconveniente para entender que Carlos Boyero (Salamanca, 1953), el afamado crítico de cine de El País, es un hombre de otra época, ya carcomida y caduca, que no se ha instalado internet en su casa, tiene como móvil un Alcatel -con el que solamente puede llamar- y no se habla con Pedro Almodóvar: "Un fulano que lleva toda la vida pidiendo mi cabeza", sentencia sobre el director de cine.

Boyero, heredero de esa aura que tenían Ángel Fernández-Santos y Joaquín Vidal, es un superviviente de sí mismo, una excepción, un escritor que no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, que está en el mundo como pudiera estar en un museo de figuritas de cera. Y esa es su verdadera grandeza: su inadaptación, ser un personaje fuera de sitio. Así lo manifiesta él mismo en la película: "Soy un personaje. Nunca lo he fabricado, no soy impostor, ha salido todo de forma natural".

Él también es un periodista que todavía vive los aires de grandeza que le quedan a esta profesión que, de vez en cuando, languidece sin fin. Es un tipo que se queda a dormir en los mejores hoteles, envuelto de lujos. En el Festival de Cannes duerme en el Hotel Martínez, donde una noche fuera de temporada vale casi 400 euros. En el de San Sebastián, se queda en el Hotel Londres, con vistas espectaculares a la bahía de La Concha, donde una noche vale casi 200 euros.

Boyero, en la biblioteca de su casa de Madrid. Levante-EMV

Y eso que él no quería ser crítico de cine, pero se ha convertido en "un espectador más al que le pagan por dar su visión sobre las películas". Y su mirada es crítica a veces, árida otras, con un lenguaje afilado siempre y, según afirma, honesta: "Supongo que algo bueno tendré, supongo que un estilo identificable y con eso me conformo". Su amigo de juventud, Fernando Trueba, asegura que Boyero era "el que más películas había visto y el que más libros había leído". Y ahí está todo, claro. Como en esas largas noches junto al propio Trueba, Antonio Resines, Óscar Ladoire y Julio Sánchez Valdés

De niño, sus padres le llevaban dos días a la semana al cine de Salamanca y, de joven, se confesó "bebedor, fumador y visitante de burdeles". Asegura que la vida le cambió cuando vio El buscavidas (1961), de Robert Rossen, y también revela su adicción al juego, especialmente al póquer, motivo de su expulsión en un Colegio Mayor de Madrid tras ganarle el sueldo al cocinero, aunque él mismo defiende que lo echaron por drogadicto. Incluso inspiró un personaje en Malena es nombre de Tango (1996), la película basada en la novela de Almudena Grandes. Pese a ello, Boyero es un tipo coherente, que cree en la bondad gracias a su madre: "Por ella soy un ser generoso. No me gustaba mi padre, por eso me quité su apellido". Realmente, su nombre completo es Carlos Sánchez Boyero.

Su cada vez menor ritmo de publicaciones en la prensa, le debe llevar a buscar vías nuevas de financiación con las que poder sufragar sus gastos. Como hizo Julio Camba para vivir en el lisboeta Palace Hotel, ahora deberá publicar libros cuyos derechos de autor complementen los ingresos devengados por sus artículos. Y esos ejemplares, tan anhelados por su público, agotarán sus existencias. Es lo que tiene ser Carlos Boyero.