Qué pasará con Montoya

En la intimidad que Évole sabe conseguir, Eduard Fernández habló sin tapujos sobre su adicción al alcohol y a la cocaína.

Imagen de la ya famosa carrera de Montoya

Imagen de la ya famosa carrera de Montoya / Telecinco

Jesús Javier Prado

Jesús Javier Prado

Duelo en la alta sierra. Momentazo televisivo el pasado martes en la rueda de prensa tras el consejo de ministros. Más allá del surrealismo que supone el hecho de que una vicepresidenta haga pasar las de Caín (en vivo y en riguroso directo) a la portavoz del gobierno al que ella misma pertenece, Alegría y Díaz, Pilar y Yolanda (Montero está de baja, rumiando su venganza) demostraron que, frente al simplismo masculino, y ser ellas emocionalmente más sabias, laboralmente más competentes, vitalmente más racionales, y siempre más inteligentes y sensibles y con una mayor una capacidad para aceptar las incertidumbres de la vida, Díaz, Alegría y Montero pusieron de manifiesto ellas solitas que también saben ser tan ladinas y rencorosas como nosotros, pobres hombres caucásicos venidos a menos. Pero como diría Errejón, habrá sido por culpa de la cultura del heteropatriarcado, eso seguro.

La cara y la cruz. Quiso el azar que la tercera entrega de Lo de Évole, una entrevista con el actor Eduard Fernández, se emitiera el pasado domingo, justo un día después de que le viéramos justísimo vencedor en los premios Goya. El uso de la edición (corta esto, mete esto otro, quita un par de segundos a ese plano) hace que en temas controvertidos Évole haya barrido casi siempre para casa, de manera un poco burda. Pero para entrevistas personales atractivas funciona, porque siempre lo utiliza a favor del entrevistado. Évole preguntó poco y bien, y el actor habló de sus padres, de sus hermanos, de su divorcio, de su trabajo. En esa intimidad que Évole siempre sabe conseguir, Eduard Fernández habló sin tapujos sobre su adicción al alcohol y a la cocaína, sobre sus caídas en zonas oscuras y depresivas, sobre las inseguridades que abruman a los que se tienen que meter en la piel de otros cada día. Las altas expectativas en el trabajo (pero también en el amor, en el sexo o en el deporte) acaban siendo para casi todos un baúl lleno de ansiedades y temores. Pero para los que están expuestos al público, el riesgo se multiplica. El doble plano -por un lado el de un Eduard contando a cámara el ultimátum de su novia para que dejara de beber, y por otro el del actor brillante recogiendo su premio- nos avisa de que casi todas las victorias tiene algún recoveco amargo y que casi todas las derrotas esconden un trozo de esperanza, en algún sitio.

Lo imposible, otra vez. En el siglo veinticuatro después de cristo se seguirán viendo las imágenes de las remontadas del Madrid. Sus minutos finales se han convertido en un espectáculo fascinante, porque sabes que seguro que esta vez no, pero no te mueves de la banqueta del bar así te maten. El fútbol es de las poquísimas cosas que quedan que, sí o sí, se debe ver en directo y a ser posible en un bar con olor a tortilla de patatas y rodeado de gente. Por eso en la era donde cada vez más jóvenes y talluditos van tristones por la calle insonorizados del ruido que hacen los coches, las obras o los terremotos, el hecho de que haya algo capaz de amontonarnos a varios ante un televisor -mientras pides otra de bravas a gritos al camarero- para ver si se cumple el milagro, tiene algo de tribal y de emoción comunitaria que es impagable. Y eso que yo no soy del Madrid. Pero en los últimos cinco minutos….

Esto es un sin vivir. Se agolpan los sucesos, las noticias increíbles, las declaraciones estrambóticas, los golpes de efecto inesperados. Veo a tertulianos medio sonados e hiperventilando, sudando tinta para explicar primero lo que es un arancel y después cuáles son los efectos que tiene una subida del tipo marginal del irpf. Con lo fácil que es hablar de Ayuso, de Begoña Gómez, o de todas sus fuentes tan bien informadas en la Audiencia Nacional o en el Tribunal Supremo (no sé yo dónde puede caber tanta fuente con todos sus chorros, la verdad). Cómo me abren los ojos Maraña y compañía, cada mañana, tarde y noche. Pero mientras todo eso tan interesante sucede y el orden mundial establecido tras la segunda guerra mundial se resquebraja, ¿qué pasará con Montoya el próximo lunes, qué?

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