Miradas torvas, gestos agresivos, palabras de duro reproche, golpes, empujones, puños cerrados que se estampan en la pared por no hacerlo en la cabeza del padre o la madre, palabras de abandono y falta de cariño, consumidores de droga, robos domésticos, un infierno en casa que ahora exhiben Jennifer, Oleg, Carlos, Hana, Sarah y Cristian. Nadie los conocía hasta ahora, y vivían sus hemorroides, como toda almorrana que se precie, en el alborotado silencio de sus hogares, por supuesto desestructurados.

A quien sí conocemos, desde que era un adolescente que ventiló en los medios su amor al toro y su tristeza por no ser reconocido por su padre, es a Manuel Benítez, que lo superó todo, se convirtió en El Cordobés, y demostró que a veces la desdicha puede ser reconducida hasta la sensatez. ¿Es suficiente para que el torero presente Padres lejanos en Cuatro?

En televisión todo es posible, es posible incluso que los problemas de esos hijos y esos padres te importen una cagarruta, y ya que estás ante la pantalla en vez de atender a esta fauna atiendas con deseo los paisajes de la Patagonia, decorado natural del programa, que recorre 200 kilómetros por esa Argentina exuberante de cruda belleza. De un punto a otro han de trasladar reses, montar campamentos, limpiar establos, convivir entre ellos y dejarse asesorar por el torero y por los sicólogos Catalina Úbeda e Ignacio Massau. Nada nuevo, salvo el paisaje. Es como Te lo mereces, lo de Antena 3, con una rubísima y amuñecada Paula Vázquez. En los dos programas se juega a hacer de la desgracia de los otros, la que sea, pero cuanto más gorda mejor, un espectáculo televisivo. En ambos casos el espectador tiene la sensación de asistir a una oferta pornográfica, obscena.