'Nadie quiere esto': cuando la podcaster sexual encontró al hombre de Dios
El carisma de Kristen Bell y Adam Brody hace bastante irresistible esta comedia romántica sobre el romance de una mujer agnóstica con un rabino

Kristen Bell (Joanne) y Adam Brody (Noah) en 'Nadie quiere esto'. / Netflix
Juan Manuel Freire
Creadora: Erin Foster
Dirección: Greg Mottola, Karen Maine, Hannah Fidell
Reparto: Kristen Bell, Adam Brody, Justine Lupe, Timothy Simons
País: Estados Unidos
Duración: 25 min. aprox. (10 episodios)
Año: 2024
Género: Comedia romántica
Estreno: 26 de septiembre de 2024 (Netflix)
★★★
Aunque últimamente se hable tanto de marcas y franquicias, las estrellas todavía importan. Muchos se acercarán a 'Nadie quiere esto' atraídos por el protagonismo de Kristen Bell y Adam Brody, dos antiguas estrellas juveniles (se dieron a conocer, respectivamente, en 'Veronica Mars' y 'O.C.') que están alargando sus carreras con algo más que mera dignidad. La primera brilló sobremanera en 'The good place', con la que 'Nadie quiere esto' comparte voluntad filosófica. El segundo ha demostrado ser algo más que el buen tipo perfecto: fue depredador sexual en 'Una joven prometedora' y casó el encanto con un cierto cinismo como amigo vividor de Jesse Eisenberg y Lizzy Caplan en 'Fleishman está en apuros'.
Ambos sacan toda su artillería de encanto, de carisma, de sonrisas, de belleza y de inteligencia en 'Nadie quiere esto', enésima demostración de que las comedias románticas más sólidas se estrenan hoy en día en televisión. Bell es Joanne, mujer agnóstica que comparte sus desventuras romántico-sexuales con toda la humanidad en el pódcast que graba con su hermana Morgan (Justine Lupe, la esposa trofeo de Roy Connor en 'Succession'), bastante hastiada, por cierto, de oír a Joanne sacar defectos a buenos chicos. Joanne prefiere lo difícil aunque esté abocado al desastre. Y entonces llega Noah (Adam Brody), quien no parece mal tipo y con el que, además, todo es fácil. El primer problema: este hombre acaba de separarse de su novia de toda la vida, es decir, está en una zona gris romántica donde Joanne no quiere colarse. Pero hay algo aún más complicado. "Un rabino y una gentil no cuela", apunta Noah. "Pretendemos repoblarnos".
La premisa puede recordar a la de 'Más que amigos', aquella película de principios de siglo en la que Jenna Elfman encarnaba a una mujer dividida entre un rabino (Ben Stiller) y un sacerdote (Edward Norton, también director del filme), ambos amigos suyos de infancia. De nuevo, la cuestión religiosa pone piedras en un romance, igual que hace algo menos con Fleabag y su cura guapo. Pero la creadora de la serie, Erin Foster ('The new normal'), no ha tenido que ir a ningún videoclub o catálogo de 'streaming' en busca de inspiración: se basa aquí en su propia experiencia con su marido, que no es rabino, pero sí judío, y que con una judía quería subir al altar.
Quizá por ello la serie transpira esa verdad emocional. Sin alcanzar grandes cotas de complejidad temática u hondura dramática (esto no deja de ser escapismo para antes de irse a dormir), consigue hacernos creer por momentos que estamos observando de cerca, sin permiso, el acercamiento entre dos personas reales, gente de carne y hueso que vive en este mundo, aunque pocos aquí tengamos la cocina de Noah; eso es más bien territorio del cine de Nancy Meyers. Alrededor de ellos orbitan personajes secundarios nada desdeñables, como la sarcástica hermana de Joanne o el bobalicón y entrañable hermano de Noah (un Timothy Simons a años luz del despreciado Jonah Ryan de 'Veep').
La evolución del romance es rápida, pero hay tiempo para una conversación interesante sobre privacidad y transparencia: ¿qué es más útil en realidad? "Mis padres valoran mucho la privacidad", dice Noah. "Son judíos rusos, provienen de la Unión Soviética. Allí, si decías tu nombre en alto, podía ser peligroso que sonara judío". A lo que Joanne responde que hoy en día no es peligroso abrirse, como ella misma intenta en su pódcast para la catarsis propia y ajena.
Steven Levitan (cocreador de 'Modern family') ejerce como coproductor ejecutivo, pero, salvando un acelerado primer episodio, aquí no se busca el gag por minuto, sino ritmos más relajados y un humor más casual. Se puede tener la sensación de estar viendo una estimable película independiente. De hecho, de ese entorno provienen sus directores, gente del nivel de Greg Mottola, Karen Maine o Hannah Fidell, que se luce particularmente con ese inspirado cuarto episodio sobre la excursión a un sex shop en busca de un potente vibrador… por trabajo.
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