Marimar Torres le tocó esforzarse contra los convencionalismos de una época en la que, en las postrimerías del franquismo, no era habitual que una mujer estudiase, e hizo Peritaje Mercantil, o que fuese independiente, y a los 28 años se alquiló un apartamento, provocando un pequeño escándalo en su entorno. Que se dedicase al mundo del vino era, sencillamente, impensable.

En los años 70 acompañó a su padre a San Francisco y le convenció para quedarse unos meses, tiempo que alargó impulsando la distribución de los vinos de Torres. En 1975 exportaban 15.000 cajas, diez años más tarde 150.000.

Allí se casó, «la mejor excusa que encontré para quedarme», dice con una sonrisa amable. Se divorció. Y cuando estuvo libre de compromisos quedó embarazada de su hija Cristina. Luego estudió marketing, Enología y Viticultura en Davis, y fundó un viñedo. Adquirió una finca en Russian River, al norte de California, una zona fría donde plantó Chardonnay y, aunque se lo desaconsejaron, Pinot Noir, de las que obtuvo buenos resultados. Después vino la enorme demanda de los vinos de esta uva popularizada por el éxito de la película «Entre copas» (Sideways), dirigida por Alexander Payne. Marimar aprovechó para vender a los distribuidores dos cajas de su Chardonnay por cada una de Pinot que se llevaran.

Otro de los vinos que elabora es fruto de sus investigaciones con varietales españolas, como este Albariño de 2016 hecho en depósitos de acero inoxidable y con maloláctica. De color amarillo pajizo, con aromas a flor blanca, fruta tropical, cítrico y mineral. Elegante en el paladar, donde se crece redondeado por el paso del tiempo, con frescura, sensación frutal y mineral, con final salino. Otro reto que superó con tesón, hasta que encontró al segundo intento la altitud adecuada para esta casta de vid.