Pocos bodegueros hay que hayan experimentado tanto elaborando vinos con una variedad de uva como ha hecho Felipe Gutiérrez de la Vega con el Moscatel Romano. Comenzó a comercializar sus emblemáticos vinos con la cosecha de 1981 dando inicio a la saga de los «Casta Diva» y continuó con blancos dulces y espumosos, el generoso seco bajo velo flor «Tío Raimundo», tintos de Monastrell y Giró, con el «Recóndita Armonía», particular versión de los tintos de postre alicantinos, además de aceites, vinagres y geles.

En 1998 hizo su primer brisado, una antigua práctica que llegó a estar en desuso y que ahora ha puesto de moda la corriente de los «vinos naturales». Esta técnica consiste en macerar las uvas blancas con sus partes sólidas, hollejos, pepitas y raspones, lo que son las «brisas», a la manera de algunos tintos. Su color tiene matices anaranjados, por lo que se conocen como «orange wines».

Gutiérrez de la Vega emplea para el Monte Diva las uvas de un viñedo de Moscatel que se encuentra en la ribera del río Gorgos, entre las poblaciones de Llíber y Gata, a media montaña, pero orientado hacia el Levante. Dependiendo de las añadas estruja las uvas y emplea algo de raspón o no. Fermenta con las brisas en 5 barricas abiertas en las que tiene una posterior crianza de 12 meses, aunque algunos años puede permanecer más tiempo.

El Monte Diva es un vino muy gastronómico, tiene cuerpo, con sensación táctil en el paladar. Es de color dorado, de aroma intenso, expresivo, con toques cítricos de naranja y evocación a monte mediterráneo, con plantas aromáticas como lavanda y romero. La entrada de boca es untuosa, aparecen los taninos y la estructura, con suave paladar especiado, seco, equilibrada acidez, corteza de naranja, con un exquisito toque salino y mineral. Un vino que acompañará bien pescados suntuosos como el mero, y Gutiérrez de la Vega me recomienda el «arròs en pelletes de bacallà», uno de mis arroces favoritos, humilde e intenso.