No importa si los vinos que vamos a beber tienen un precio mayor o menor. Lo importante es que esos vinos, por el motivo cada uno que llegue a serlo, se conviertan en parte de nuestro recuerdo y vivan allí de una manera pacífica, agradable, haciendo que nuestra memoria histórica de bebedor los contenga como un amigo. Los recuerde con una delicada sonrisa que se extiende durante un eterno segundo de placer.

Las geografías hacen diferentes a los habitantes del mundo. Las tierras y el subsuelo, que solo veremos de manera sobrenatural y técnica, contienen el gran secreto, o la gran verdad (cada uno la denomina de una manera distinta) que dota de un espíritu invisible pero palpable en los aromas y en los colores del vino, en sus gustos y en sus matices. En su ser más acurrucado y primigenio.

La tierra y la parte aparentemente invisible que ella entrega al vino es la que llega a convertir a una zona como única. Las geografías pueden ser crueles, extremas o milagrosas, si, pero cuando el hombre encuentra el gran diálogo con la tierra llega a producirse un salto tan cualitativo que la expresión se nos queda flotando en los labios como si habláramos de algo mágico, incomprensible y único: el terruño.

Rey Santo 2011 es un verdejo que ha nacido en unas tierras agradecidas, de esas que son nombradas con respeto y reconocimiento por lo que se llegó a producir anteriormente allí. Porque quien nombra La Seca, en la zona de Rueda, zona aparentemente pobre donde los cantos rodados saben recibir las luces solares de una intensidad media de calor, y donde los subsuelos arcillosos transmiten humedad contenida, sabe que está nombrando una de esas parcelas de tierra que son capaces de dotar a los vinos que allí se crían de una singularidad estratosférica.

Aquí tenemos la ejemplaridad de la juventud como muestra de que estos vinos de año pueden ser también un medio de disfrute acertado. No solo a los ojos, ya que sus notas brillantes y casi transparentes son capaces de evidenciar más el frío que lo que encontramos dentro de la copa. El frío que viste de escarcha y niebla el cristal que contiene el vino. Sino en los primeros sorbos, donde un sueño de burbujas aparece con una insospechada potencia.

A veces la Verdejo tiene esas caricias, que aquí conjugan una acidez muy positiva y ancha, y nos deja en la vista el paso de un color evidente, pero que podría ocultar a quien lo contiene.

La Verdejo, popularizada por aromas que hablan de frutas tropicales, se hace bastión de una verdad dura y persuasiva.