Decían con frecuencia los ciclistas que el Tour de Francia eligía a sus campeones y que por eso se justificaba que algunos acumulasen desgracias en esa carrera mientras otros alcanzaban la gloria escapando a veces de forma inverosímil de sus múltiples trampas.

Se ve que los Juegos Olímpicos no quieren a Javi Gómez Noya. El mejor triatleta de la historia, el único que ha ganado cinco veces el Mundial y cuatro el Europeo, se retirará sin el oro olímpico. Acostumbrado a levantarse siempre (y lo volverá a hacer para aumentar su deslumbrante palmarés), el gallego ha reconocido que "este es el momento más duro de su carrera". No es poca cosa viniendo de quien construyó una leyenda pese a las zancadillas que le pusieron desde pequeño. Javi sabe lo que significa la caída de ayer, despedirse del mayor sueño que ha tenido en su vida, ese al que ha entregado miles de horas de entrenamiento casi siempre al límite.

Hace tiempo que esa cuenta debería estar saldada, pero el deporte es caprichoso y cruel, incluso con quien más lo dignifica como es el caso del ferrolano. Su desencuentro con los Juegos Olímpicos no es algo nuevo. Ahora todos nos fustigamos con la puñetera desgracia que le ha salido al encuentro cuando estaba a unas semanas de subirse al avión camino de Río para competir en un circuito que se adaptaba a las mil maravillas a él y donde hace un año, en el ensayo olímpico, había dado un recital.

Volvamos en el tiempo. Gómez Noya se estrenó en los Juegos en el año 2008 en Pekín. Cuatro años antes la Federación le dejó de forma caprichosa fuera de la lista para Atenas, pero en China nadie dudaba de su victoria. En ese momento era con diferencia el mejor triatleta del mundo, los Brownlee aún no existían y en junio de ese año había ganado su primer Mundial en Vancouver demostrando que nadie estaba a su nivel en el planeta.

Las pruebas de la Copa del Mundo caían en su bolsillo de forma continua y por eso el día de la competición de triatlón en China la corte del deporte español se fue al lago donde se desarrollaba la prueba en busca de la foto y el brazo con el seguro campeón. No sabían los prebostes bien alimentados que Javi había sufrido una lesión en el talón poco antes de acudir a China que le había lastrado en su preparación y le tuvo en ascuas sobre si podría competir. Estuvo con los mejores, sufriendo como un perro, pero en el tramo a pie, cuando caían los últimos kilómetros no pudo dar ese extra y finalizó cuarto por detrás de gente a la que estaba aburrido de ganar. Los políticos huían malhumorados mientras él gritaba su rabia.

Cuatro años después en Londres lo que se encontró fue una fiera llamada Alistair Brownlee que en una carrera memorable le relegó al segundo cajón del podio. Una pelea brutal, salvaje, en Hyde Park que se inclinó a favor del deportista local que corrió empujado por el ánimo de los miles de aficionados que se agolparon para vivir un espectáculo grandioso. El gallego compitió como lo ha hecho pocas veces pero se encontró lo más parecido a la perfección.

En el podio Gómez Noya estaba feliz, pero sabía que su carrera nunca sería perfecta sin ese oro y comenzó a soñar con Río pese a los cuatro años que había por delante. Mientras ganaba Mundiales no perdía la referencia de lo que realmente importaba. Ese 18 de agosto de 2016 estaba marcado a fuego en su cabeza. Cuando se asomó al circuito hace un año sonrió. Un repecho en bicicleta duro que había que subir ocho veces. Eso garantizaba una carrera dura y que el punto de fatiga con el que se corriesen esos últimos 10 kilómetros fuese mayor. Tenía un presentimiento: ganaría el triatleta más completo, el mejor. Y ese era él. Confió toda la temporada a esa fecha.

Compitió poco, se repuso de alguna pequeña lesión que retrasó la preparación en invierno, pero ahora mismo sus piernas y su corazón ya le decían las cosas que él quería escuchar. Y se cayó. Una puta caída. Estúpida, inesperada, inocente casi. Pero que le roba un sueño y nos deja cierta sensación de orfandad a los que soñábamos con que los Juegos hiciesen justicia a su grandeza.