Mucha gente mira ahora, con la llegada del Estatut catalán, hacia el grupo socialista en el Congreso de los Diputados. Alguno dijo, algo tontamente, que había medio centenar de diputados de este grupo que esperaban sólamente a que alguien con suficiente personalidad política levantase la bandera de la disidencia en lo referente a la aceptación o rechazo del Estatut catalán para seguir a ese valiente discrepante.

Soy bastante escéptico en lo que se refiere a esos movimientos internos dentro de los partidos. Ya vimos lo que ocurrió en el grupo popular cuando se votó la adhesión o el rechazo a la guerra en Iraq: ni una sola oveja descarriada. Y sospecho que por los mismos cauces andará la tramitación estatutaria: sólo si el mismísimo Zapatero así lo ordenase, el grupo socialista se lanzaría en tromba a enmendar un Estatut.

Además, ¿quién podría ser el portaestandarte de una rebelión? ¿Alfonso Guerra? El ex vicepresidente del Gobierno y actual presidente de la comisión constitucional del Congreso ya ha dicho claramente que el Estatut no le gusta un pelo. Pero es hombre disciplinado, de partido, y autor de aquella famosa frase «el que se mueva no sale en la foto». ¿Bono, entonces? Ni siquiera es diputado, aunque sí sea susceptible de levantar una voz peculiar en contra del «desmembramiento de España». ¿Felipe González? Cada día más ajeno a las cosas terrenales de aquí, y más ocupado de las de allí, también discrepa, pero más calladamente. Como la mayor parte de los veteranos, entre ellos diputados como Fernández Marugán, uno de los más fieles guerristas, o el eterno José Acosta, o el olvidado Ramón Jáuregui.

El disgusto ante como han ido las cosas gracias al tripartito catalán, en general, y al president de la Generalitat, Maragall, en particular, es, pues, patente en las filas socialistas. Empezando por varios presidentes de comunidades autónomas, entre ellos el andaluz Manuel Chaves. Tampoco al número dos del partido, José Blanco, parece hacerle mucha gracia lo que está ocurriendo. Pero ninguna de estas posiciones individuales ha cristalizado, que se sepa, en un movimiento colectivo de protesta o de advertencia al presidente del Gobierno.