Josep Borrell, desde su tribuna de presidente del Parlamento Europeo, comparaba el miércoles con eficacia el dramático salto de las vallas de la frontera con Marruecos con el asalto de los deprimidos a un castillo medieval. Esa imagen elocuente explica muy bien el fondo del problema: en Ceuta y en Melilla no tenemos una frontera española, ni exclusivamente europea; es obvio que se trata de una frontera entre el primer y el tercer mundo. Los señores feudales somos nosotros. Pero eso, que es tan evidente, no vale a los demagogos de casa para encender sus leñas en Ceuta y en Melilla -salvadores de la patria que la ponen en riesgo- en una supuesta defensa de su electorado. La ignorancia de los que aquí ejercen la oposición política y la desidia de los que en la Unión Europea no han tomado como propia la frontera del conflicto hace que el drama no sea afrontado en su raíz. Para salvar el castillo feudal de su asalto, la Unión Europea ha desbloqueado ahora 40 millones de euros que tenía comprometidos con Marruecos para que su rey medieval ponga más celo en la frontera. Y el desbloqueo ha servido, además de para recordarnos que la Unión padece de una enfermiza burocracia que la hace llegar tarde y mal a cumplir con sus obligaciones, para hacernos reflexionar sobre la necesidad de que, además de defender el castillo, se actúe sobre las causas del asalto desde el poderío de la sociedad opulenta. Mientras los estúpidos siguen denominando efecto llamada a la normalización de los inmigrantes en el mundo desarrollado se trata de ignorar que el verdadero efecto de reclamo está en la sociedad injusta del despilfarro para quienes vienen a buscar aquí pan y libertad. Así que no estaría de más que, de paso, Europa advirtiera a Mohamed que los que asaltan hoy el medieval castillo europeo acabarán asaltando, y con razón, su propio palacio medieval.