No sabría bien porqué, pero a la hora de escribir estas líneas a propósito de las VI Jornadas del Maquis y del Homenaje a los Guerrilleros Españoles en Santa Cruz de Moya que se celebran entre el 29 de septiembre y el 2 de octubre de este año 2005, me viene a la memoria el arranque de la famosa copla «Suspiros de España», aquello de «quiso Dios, con su poder?» que tan bien cantara Estrellita Castro y no menos bien revitalizaran Bebo Valdés y Diego El Cigala, y no precisamente por el decir religioso, sino por el despertar melodioso de un tiempo repleto de imágenes en blanco y negro donde el pueblo de a pie luchó contra la barbarie de un golpe militar. Otras canciones, desde el quedo rumor de mestral, acompañaron al maquis en sus largas horas de acecho y convivencia en el monte. Carlos y Pepito el Madriles presumían de voz, a Angelillo no le pusieron el apodo en balde, el joven Bienvenido de Campo Arcís, hermano del mítico Jalisco y una de las primeras y lamentables bajas guerrilleras en Hortunas, llevaría consigo copiadas las letras del tango «Volver», y el éxito de la Orquesta Topolino, la idealizada «Mi casita de papel», seguramente por aquellos inicios de su primera estrofa que resultaban bien elocuentes: «Arriba las montañas tengo un nido/ que nunca ha visto nadie cómo es».

Pero el espíritu de la copla tiene además otro sentir. No sólo el del reconocimiento legal de una época, sino también el de su conocimiento. Y aquí cabe toda una pluralidad de resonancias que se asocian a valores públicos y de sociedad civil en modo alguno exclusivos de los propios guerrilleros, ni tan siquiera del movimiento guerrillero. El espíritu de la copla, lejano y ronco, con resonancias casi mitológicas, todavía prende bajo cualquier día de sol o de lluvia en numerosos puntos de la geografía peninsular donde el maquis combatió: en las tierras de Foucellas, Juanín, Girón, Sabaté, Los Jubiles, Chichango, Los Maños. Uno de estos recónditos lugares, parque natural de la memoria viva a pesar de tanto incendio provocado, es Santa Cruz de Moya. Entre los valles y los escarpados del propio pueblo y de sus aldeas de Orchova, Rinconadas, Higueruelas o Casas del Marqués nació la guerrilla de Levante en 1945. En Santa Cruz de Moya y en sus aldeas los primeros maquis fueron recibidos con los brazos abiertos. Hasta tal extremo llegó su solidaria complicidad que pocas tarjetas de visita se pueden, pública e históricamente, presentar que sumen semejante caudal de esfuerzo y dolor humano como el que Santa Cruz aportó en aquellos tiempos difíciles. Hasta siete jóvenes de su vecindario decidieron sumarse a la causa del monte y combatir como uno más contra la feroz dictadura: Manolete, Francisco, Matías, Arturo, Simón, Frasquito y Genaro. No fue nada dichosa su suerte, ni entre sus compañeros ni contra las fuerzas represivas. Manolete y Arturo fallecerían en sendos combates contra la Guardia Civil; Genaro se suicidaría en el propio campamento del Estado Mayor de la Agrupación; a Frasquito, jefe de grupo en el 11º Sector, uno de los responsables militares llegados de Francia, Antonio el catalán, le pegaría un tiro en el campamento de Calles en la época estalinista de finales de 1950; y Simón, Francisco y Matías sobrellevarían el exilio tras la orden de retira de la Agrupación.

No mejor suerte corrieron los vecinos de a pie, los llamados guerrilleros del llano. A la despoblación forzosa, y todo el destrozo económico y familiar que conlleva, de Casas del Marqués y los rentos de Orchova, hubo de unirse las masivas detenciones de mayo de 1947 en el propio Santa Cruz, las de principios de año de 1948 en Orchova, las del mes de mayo en Casas del Marqués, y el goteo constante de nombres aislados y hasta la más cruel de las fortunas adversas, la tremenda aplicación de la ley de fugas en el siniestro cuartel valenciano de Arrancapinos, en Benagéber, en los calabozos de Villar del Arzobispo, o en el propio pueblo en varias ocasiones.

Es desdeñable que hoy en día alguien se quiera apropiar del dolor de miles y miles de personas, e insultante, asquerosamente insultante, pretender dar lecciones de solidaridad con la guerrilla a las gentes de Santa Cruz. Es por ello que la representatividad absoluta no la tiene nadie, y de tenerla habría de asumir igualmente tantas contradicciones que la lucha armada conlleva. También fueron guerrilleros Delicado, Petrol, Tobaris, Pepito el Gafas, Joaquín o Chato de Calles a los que sus familiares buscan denodadamente en las largas listas de desaparecidos. La representatividad se gana pensando en futuro.

En Santa Cruz también tuvo lugar uno de los enfrentamientos más traumáticos que hubo de soportar el AGLA. Doce guerrilleros morirían acribillados en Cerro Moreno en la madrugada del 7 de noviembre de 1949. Pero Cerro Moreno no cayó en el olvido. Alguien pensó bien, creyó de ley erigirles un monumento y rendirles un homenaje anual; alguien, y también pensó acertadamente, creyó que en ese homenaje anual de apenas unas horas de duración no cabía el recuerdo real de todos y lo amplió a unas jornadas donde en cualquier esquina o rincón o mesa de sus bares se pueden oír igualmente palabras reivindicativas. Homenaje y Jornadas son dos cosas distintas, pero configuran el cuerpo y el alma de una misma voluntad que para tener el pulso y el vitalismo del que disfrutan hoy en día ambas se necesitan mutuamente. No quiero ni pensar en unas jornadas sin homenaje, y en un homenaje sin jornadas. Sé que desde el año pasado ha habido algunos desencuentros, y también en este parece que se van a mantener, con dos convocatorias de homenaje, pero estoy seguro que todos comprenderán que el año tiene muchos días para poder seguir abiertos a la discusión y al diálogo, y que el mejor camino es el de la unión.