Ser la frontera de Europa o la raya divisoria entre un mundo de hambre y falta de libertad y este otro de la opulencia en el que, por cierto, tampoco falta el hambre, y a veces escasea la libertad, no debe ser nada cómodo. Y comprende uno que los ciudadanos de Ceuta y Melilla, en cuyos términos municipales están las vallas que separan el primer mundo del tercero, vivan en estado de incomodidad. Pero supongo a los habitantes de esas llamadas plazas de soberanía poseídos del más elemental sentido común para distinguir una marcha verde, es decir, una legión de africanos que trataran de invadirlos para colocar allí su bandera, de una legión de desgraciados a los que el hambre y la desesperación los trae hasta estas vallas. Alguien, sin embargo, debe haber hecho temer a los ceutíes y melillenses que su españolidad está en riesgo para conseguir sacarlos a la calle en manifestación patriótica con el fin de reivindicar su condición de españoles. El ardor patrio es al parecer un ardor electoralmente muy rentable, aunque a veces es el resultado de malas digestiones, y el sentimiento patrio es además de muy vulnerable muy manipulable. Y pocas cosas, además de Ibarretxe y Carod Rovira, pueden producir más sofoco patriótico al PP que la frontera con Marruecos. Después de la invasión de Perejil, que los dejó tan frustrados, son capaces de confundir un problema con otro y sacar a la gente a la calle a agitar sus banderas, como si el propio Mohamed de Marruecos fuera a saltar la valla de un momento a otro, dispuesto a reinar en Ceuta y en Melilla. Que al PP le parezca que cuanto peor vayan las cosas, mejor para ellos, y quiera contribuir a empeorarlas, puede formar parte de la lógica de sus dirigentes, pero que en su oscura marcha vaya regando la gasolina que puede llevar al incendio de su propia casa es lo que se entiende menos.