Casi tan espectacular como el majestuoso coliseo de Calatrava, fue la presencia y desfile por la alfombra de buena parte de los almirantes del gran capital español. Luego se sentaron en sus respectivos palcos para asistir a la inauguración y aplaudir a la Reina mientras echaban cuentas sobre cuánto les iba a salir a cada uno de ellos el sueño de un Eduardo Zaplana recién llegado en 1995 a la Generalitat con ganas de llamar la atención. Y vive dios que lo ha hecho. Ahí estaban los presidentes de Telefónica, Cesar Alierta; de El Corte Inglés, Isidoro Álvarez; de Iberdrola, Íñigo de Oriol; de Unión Fenosa, A. Basagoiti; de Acciona, Juan Entrecanales; de Sacyr («ese señor de Murcia», como le llamaban altivamente en el BBVA cuando casi les opa), Luis del Rivero... Por no hablar de la crema y nata del capitalismo local, desde Juan Roig (Mercadona), a José Luis Olivas (Bancaja, Banco de Valencia), pasando por Emilio Serratosa, Domingo Parra, Lladró y un largo etcétera que sería tedioso reproducir (hasta José Manuel Uncio -Acciona--, en solitario, respaldado por su amigo David Serra). Sólo faltaron dos nombres, Emilio Botín y Francisco González, para cantar bingo.

La distribución en torno al palco real (acompañaron a la Reina la ministra Carmen Calvo y Camps), fue también digna de reseña. A su derecha, los empresarios, Alierta, Oriol... A la izquierda, el delegado del Gobierno. Más a la izquierda, Zaplana (a quien debe reconocérsele su papel en la historia del Palau), y Olivas. Un poco más allá, Gerardo Camps y González Pons. El resto del Consell al otro lado y algunos en la platea, como Vicente Rambla, sentado junto a Parra, o García Antón, a su aire. Joan I. Pla (hay que ver cómo se cuadraba durante los himnos), y Serafín Castellano, juntos pero no revueltos. Y una de las responsables de que todo haya funcionado como un reloj, Ana Michavila, descendía desde su piso, lejos de focos y cámaras, con evidentes signos de agotamiento. Ya ha pasado todo.

En fin, brilló el evento a la altura de las circunstancias y sólo queda reconocer la perfecta organización y comportamiento de todo el entramado. Ahora, un par de conciertos más y vuelta a las obras para rematar los flecos de la construcción. Pero, sobre todo, es hora de hacer cuentas y empezar a buscar financiación para el mantenimiento de esa fábrica de quemar dinero que es un palacio de ópera. Todos los apellidos citados arriba y muchos más van a tener que sacar la cartera y echar un cable. Porque, corriendo un tupido velo sobre los casi 300 millones de euros que ha costado este viaje operístico, ahora llega el momento de crear otra arquitectura, la financiera, una materia en la que esta Administración es una auténtica artista, tal y como lleva años demostrando.

El próximo otoño deben comenzar las representaciones de verdad en cualquiera de sus cuatro salas (confiemos en que jamás se lleguen a representar simultáneamente cuatro óperas, como anunciaba el de Benidorm). Si buscamos la relación entre envergadura y presupuestos de otros grandes auditorios españoles y hacemos cuatro números, se obtiene un resultado para el Palau de les Arts (PA), cuando menos desconcertante. Dejaremos al margen el presupuesto del Palau de la Musica de Valencia (11 millones de euros), y el del Teatro de la Maestranza de Sevilla --una ciudad similar en número de habitantes a Valencia-, 15 millones. Menudencias para el nivel del PA.

El mayor presupuesto de España corresponde al Liceo de Barcelona, que tiene cifrados en 55,7 millones de euros sus gastos para todo el año 2005. El Liceo tiene un aforo de 2.292 butacas, más otras 450 de otra sala aparte. Una sencilla división ofrece un coste aproximado de 20.300 euros anuales por butaca. Naturalmente, este cálculo no es ortodoxo, pero sí algo indicativo, no me negarán. Vayamos al Teatro Real de Madrid, la perla de la capital del reino que tantas decenas de miles de millones de pesetas ha costado a todos los españoles. El Real tiene una sala de 1.800 butacas y una sala contigua de café-teatro de otras 250. En total, 2.050. Su presupuesto para 2005 es de 44,5 millones de euros. Y la calculadora ofrece un coste por butaca de 21.700 euros anuales. Un poco más caro que el Liceo, pero en la línea.

Bien, ahora pongámonos en el Reina Sofía de Valencia y echemos cuatro números. El PA cuenta con dos salas de 1.800 butacas y otras dos de 400. En total, 4.400 localidades. Pongamos que sus gestores sean más habilidosos que catalanes y madrileños, lo cual sería perfectamente posible, y consigan reducir el coste por butaca hasta 20.000 euros al año por asiento. La cifra resultante ascendería a 88 millones de euros al año. Ya ha quedado dicho que este cálculo no es ortodoxo y que no son lo mismo unas butacas que otras, un edificio que otro, unos impuestos que otros. Efectivamente, pueden ser 88 millones de euros, o menos (no mucho menos). Pero también más. Cierto, una auténtica fábrica de quemar dinero. Y eso que Madrid y Barcelona cuentan con algunos millones de habitantes más que Valencia. No quisiera uno encontrarse en la piel de los gestores del PA. Ni en el de sus acreedores, claro está.

A modo de ejemplo, demos un repaso al modo de financiación del Real de Madrid. La Fundación del Teatro Lírico, que es quien lo administra, obtiene un 52,7% de los ingresos vía subvenciones públicas y el resto por patrocinios, venta de entradas y explotación comercial. Dicho de otro modo, el 38,2% lo subvenciona Cultura, el 14,5 la Comunidad de Madrid, el 28,2 la venta de localidades, el 12,9 los dos patrocinadores (Telefónica y Caja Madrid), y el resto de protectores, colaboradores y benefactores hasta un total de 66 firmas privadas. El 6,2% restante, otros (merchandising y demás). La plantilla asciende a 260 empleados, que incluyen un director general, otro artístico, uno técnico y un administrador general, cada uno de ellos con sus correspondientes servicios y empleados. Sólo la sección de Sastrería tiene tres jefes de nivel, tres subjefes y 15 oficiales. Ni les cuento cómo es la plantilla de Utilería, Luminotecnia, Audiovisuales, Caracterización, Maquinaria, Mecánica Escénica, Regiduría, Patrocinio, etc., etc., etc...

O sea que, señores y señoras, vayan pasando por taquilla: Rita Barberá (hay que ver cómo se puso la alcaldesa hasta que se hizo hueco en el protocolo), Gerardo Camps, Carmen Calvo (es previsible que Madrid se resista lo posible a financiar a esta hostil Generalitat), la diputación, los empresarios, las cajas de ahorro, los bancos... Una vez superada la resaca de la inauguración, llega la hora para Consell, empresas y contribuyentes de preguntarse si realmente saben dónde se han -nos hemos-, metido con ese descomunal palacio legado a la mayor gloria del país valenciano. ¿No queríamos una pirámide? Ya la tenemos. Que sea leve. (De momento, los miembros de los órganos de gobierno de Bancaja y de la CAM hacen las maletas y se van unos días con viento fresco a ver ópera en Viena -los de Olivas-, y a ver -los de Vicente Sala-, chinos en China: buen viaje).