Sr. D. Fernando Giner (Presidente de la Diputación de Valencia):

Soy profesor, Licenciado en Geografía e Historia. Le escribo como profesor, escandalizado de que el 7 de octubre de 2005, tuviera lugar en la plaza de toros de Valencia una novillada sin picadores, con reses de Montellén, para los alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Valencia: Miguel Jiménez, Pascual Javier y Alberto Gómez.

Ese día estuve con una pancarta antitaurina, delante de la misma plaza, comunicando a los transeúntes y a los taurinos que acudían a la plaza mi repugnancia ante el maltrato que sufrían esos seres sintientes sin voz que Vdes. utilizan como motivo de diversión. Utilicé el texto de la pancarta, mi palabra y el documento que le adjunto para educar a mi pueblo, tal como me autoriza el artículo 20 de la Constitución Española.

Como profesor que soy, siempre asocié los términos educación y cultura. ¿Cómo se atreven a utilizar una escuela de tauromaquia, en la que se enseña a los niños y a los jóvenes a ser insensible al dolor de los animales y a provocar ese mismo dolor? ¿A qué edad matriculan a esos alumnos? No quiero emplear el término corrupción; es muy duro. Pero están deformando los sentimientos de la infancia y de la juventud. ¿Qué cultura transmiten en ese escuela?

Como político que es, ocupando un puesto de responsabilidad pública, ¿no piensa que la política no puede desligarse de la ética? ¿Qué justificación ética encuentra Vd. al favorecer este espectáculo cruel, sádico y oscurantista? Nuestro escritor Blasco Ibáñez ya lo refleja bien en la obra «Sangre y arena»: «entre tantos miles de racionales (los espectadores de la plaza), la nobleza y la sensibilidad están representadas por el pobre animal».

Sr. Presidente, no me venga con el argumento de que es tradición. La historia de la humanidad está llena de tradiciones inicuas que la civilización y la cultura se han encargado o se encargarán de eliminar: el derecho de pernada, el circo romano, la inferioridad de la raza negra, la falta de derechos de las mujeres, la ablación de clítoris en ciertos países musulmanes, el apedreamiento hasta la muerte por el adulterio de la mujeres, el trabajo de los niños en las fábricas, etc. Si un día empezó, un día puede acabar.

Cuando en fallas nos reunimos mucha gente para protestar contra las corridas delante de la misma plaza, se suele repetir un eslogan que someto a su consideración: «escuelas taurinas, escuelas asesinas». ¿Tienen algo de razón? Y todo este espectáculo, con dinero público. Subvenciones a los ganaderos, subvenciones a los gastos de la plaza, subvenciones al déficit en las corridas. ¿Por qué no pagan los espectadores el precio real de la entrada? Habiendo tanta necesidad en, por ejemplo, sanidad y educación, ¿es posible que se subvencione esa diversión con el dinero de todos?

Cuando trabajé en un pueblo de Alicante, Callosa d´En Sarriá, en una escuela pública, una niña de cuatro años apagó el televisor a su padre cuando retransmitían una corrida de toros. Su padre le preguntó: «per què l´apagues?» Y la niña le respondió: «no veus com li cau la sang a eixe pobre animalet?» Ética pura para quien tiene los ojos limpios y no la han deformado.

El artículo 21 de la Constitución Europea reconoce que los toros y cualquier ser vivo son sensible al dolor.