La primera acepción de la palabra nación en el diccionario de la RAE es «conjunto de los habitantes de un país regidos por el mismo gobierno», y de acuerdo con eso no parece que la aspiración de Cataluña a ser reconocida como nación encaje en la España actual, tal como la concebimos, y menos como la sienten en sus corazones patrióticos Rajoy, Bono o Rodríguez Ibarra. Pero quizá los catalanes se acojan a la cuarta acepción: «Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.» Vistas así las cosas, se entiende a Zapatero. Pero, cuando todavía está por discutirse en el Congreso si se atiende o no a lo que Carod-Rovira ha tomado por una cuestión de vida o muerte, ya han aparecido los precipitados a exigirnos que una fiesta como la de hoy, en lugar de fiesta nacional, sea la fiesta estatal; que la Biblioteca Nacional se llame biblioteca estatal y no sé si la selección nacional de fútbol y la Audiencia Nacional han de pasar también a llamarse selección estatal y Audiencia Estatal. La palabra estatal tiene un sólo significado: «Perteneciente o relativo al Estado.» La palabra estado, sin embargo, cuenta con casi dos páginas de acepciones, a las que no me extrañaría que se le pudieran añadir otras tantas. Al fin y al cabo, los diccionarios los modificamos nosotros con algunas ocurrencias, cambios de costumbre o sencillos errores que se consagran como expresiones válidas al cabo del tiempo. Pero lo que pasa con algunos nacionalistas catalanes es que no sólo aspiran a llamarse como les dé la gana, sino que tratan de imponer a los demás cómo han de llamarse. Maurice Ravel dijo el siguiente disparate: «La ciencia es universal; el arte, nacional; la necedad, nacionalista.» No estoy de acuerdo con Ravel, pero a veces tengo la impresión inevitable de que no andaba equivocado.