Miles de españoles tuvimos la oportunidad el 9-M de ver las elecciones desde dentro como presidentes o vocales de mesa y de no saber casi nada de lo que pasaba en el resto de España. Una visión reducida pero interesante. Durante dieciséis o más horas tuvimos que hacer frente a cosas para las que nadie nos había preparado y asumir una responsabilidad relevante para el éxito de las elecciones. En las manos de esas personas, elegidas por sorteo, estaba la constitución de las mesas, solucionar y evitar problemas, hacer que todo funcionara adecuadamente, contar los votos, aclarar posibles conflictos, certificar los resultados y depositarlos en el juzgado. No es un trabajo sencillo y puede convertirse en una pesadilla para algunos ciudadanos. Incluso puede estropear la fiesta democrática que es toda convocatoria electoral. Tampoco recibes ni un bocata ni una mísera botella de agua, aunque te gratifican con 60 euros, eso sí.

Aunque la mayor parte de los problemas se solucionan con el esfuerzo y la buena voluntad de los miembros de las mesas, y también de las fuerzas de orden público y de los representantes de la Administración, la organización y la información son manifiestamente mejorables. Cuando uno llega a la mesa y es la primera vez que tiene esa responsabilidad, no sabe nada de lo que le va a tocar hacer. De pronto se encuentra con siete copias de documentos diferentes, dos copias de otros, dos juegos de sobres y un libro de instrucciones que te han enviado por correo. No sabes si tienes que rellenar un documento o los siete, por qué te dan dos sobres y si todo lo tienes que hacer por duplicado; tampoco cómo reaccionar ante situaciones conflictivas... ¿Sería tan difícil convocar a todos los elegidos setenta y dos horas antes de las elecciones y darles una pequeña charla de lo que se espera de ellos, qué y cómo deben hacerlo, las dudas más frecuentes y la forma de solucionarlas? ¿No sería bueno hacer lo mismo con los representantes de la Administración para que pudieran resolver fácilmente los problemas?

Otra cosa es la votación para el Senado. ¿No hay otro sistema más fácil que esa sábana electoral que era casi imposible doblar y meter en el sobre y que, una vez aplastada , tampoco entraba en la urna? Eso, sin contar con el espectáculo de los miembros de la mesa, abriendo los sobres, desplegando las sábanas, y mirando con lupa quién y qué había votado cada cual. Luego entregas un sobre a un funcionario de Correos, que lo recoge, y llevas al juzgado otros dos -¿o hay que llevarlos por duplicado?- y se los entregas a un juez que recoge, pero no comprueba si lo que entregas es correcto. Y si lo hiciera y no estuvieran los documentos necesarios, tampoco serviría de nada porque tus compañeros de mesa ya se han ido a su casa. Yo tuve la suerte de tener unos excelentes compañeros que se tomaron el día como un servicio y como una fiesta de la democracia. Poder votar es un privilegio que, lamentablemente, tienen muy pocos ciudadanos y que lo haga en tu mesa más del 85% del censo es una suerte. Pero, ¿no se pueden hacer un poco mejor las cosas?