Me parece una buena noticia que MR haya decidido pelear por quedarse y abandonar su tentación abandonista. No es baladí quién encabece una formación principal y casi única de oposición al PSOE gobernante, y que cuenta con 700.000 militantes, más de un millar de sedes y 10 millones de votos. Pienso que algo sí va a cambiar, tiene que cambiar en un inminente congreso del PP. No puede ser, por ejemplo, que el hasta ahora portavoz parlamentario Eduardo Zaplana se mantenga en el puesto frente a no menos de una docena de enemigos mortales en el grupo parlamentario, desde Federico Trillo hasta el recién llegado Esteban González Pons, desde Gustavo de Arístegui hasta Miguel Arias Cañete, desde Soraya Sáenz de Santamaría hasta Ana Pastor. Para no citar, claro, las inquinas internas en la Comunitat Valenciana.

Pero limitar los cambios pendientes al relevo de Zaplana parece a todas luces insuficiente. ¿Acebes también, entonces? Sobre el secretario general se han hecho recaer todos los anatemas y maldiciones de la tribu. Su culpa fue acaso seguir muy a rajatabla las instrucciones del jefe, o sea Aznar, en aquellos días tremendos del 11-M.

Claro que en la política española hay precedentes de dimisión del líder del partido con inmediata apertura de proceso congresual para buscar sustituto. Ocurrió en el PSOE con Almunia, y el congreso lo ganó un desconocido Zapatero. ¿Conviene ahora dar el salto y buscar el ZP del PP? Los nombres de posibles sustitutos que se barajan son poco creíbles: Esperanza Aguirre tiene mucho poder en Madrid, pero su entorno asusta a más de uno; de Ruiz Gallardón no puede esperarse una resurrección en un partido que ha demostrado que no le quiere y ha intentado matarle políticamente; a Rodrigo Rato échele usted un galgo, con lo bien que se ha instalado en tantas megaempresas. ¿Pizarro? Podría ser, pero es un recién llegado. ¿Algún barón regional, como Camps, o Núñez Feijoo, o Herrera? ¿Algún joven cachorro, como García Escudero, que tampoco es tan joven? Todos tienen ventajas, pero cada uno arrastra sus propios inconvenientes.

La verdad es que uno no alcanza a avizorar un reemplazo perfecto para Rajoy, aunque sí se distinguen muchas maniobras internas para colocar al sustituto/a. Juegos de poder, ya digo, en los aledaños del PP: mediáticos, empresariales, religiosos, sociales... Es mucho lo que hay en juego, porque estamos hablando de la mayor formación política española, la única capaz, hoy por hoy, de llegar, cuando sea -y ya hay quien está hablando de una legislatura que puede durar apenas dos años, sin que se sepa muy bien por qué-, a La Moncloa. De momento, me alegro de que Rajoy haya decidido seguir. Aunque veremos en qué acaba todo este endiablado proceso.