Las cosas existen en la realidad pero también existen en la imaginación. Cuando escribimos una novela lo que hacemos es mirar la realidad y recrearla como si nos la hubiéramos inventado. Al final resulta que lo más real es lo que nos inventamos. Hace casi quince años escribí Maquis, una novela protagonizada por los hombres y mujeres que lucharon en el monte y en los pueblos contra el franquismo victorioso en la guerra civil. El personaje más importante de esa novela se llama Ojos Azules. En el libro lo presento como el líder del grupo guerrillero que operaba en el territorio mítico donde transcurría la historia. Ese territorio, con el nombre de Los Yesares, no es otro que Gestalgar y la Serranía, el pueblo y la comarca donde nací y donde vivo desde hace mucho tiempo.

Yo siempre pensé que Ojos Azules era un personaje de leyenda. Cuando éramos críos, los mayores nos amenazaban con Ojos Azules y el hombre del saco. Si no hacíamos lo que tocaba vendrían Ojos Azules y el hombre del saco y se nos llevarían. El miedo que imperaba en un tiempo oscuro hecho pedazos. Era un tiempo en que los niños jugábamos a inventar historias, como cuenta Juan Marsé en sus maravillosas novelas. Yo me inventé a Ojos Azules a partir de las leyendas que circulaban en mi tierra sobre sus hazañas. Nunca pensé que ese personaje hubiera existido realmente. Nunca. Yo escribí en mi novela que había nacido en Galicia, y que se echó al monte después de rajar a un alférez fascista que le había robado a su novia Margarita. Cuando se publicó Maquis en 1997 recibí varias llamadas telefónicas. Cada una de esas llamadas me aclaraban que Ojos Azules no era gallego sino de otro sitio. Cada llamada situaba en un lugar diferente el nacimiento de mi protagonista. Yo me preguntaba: ¿si Ojos Azules existió, cuál de las llamadas telefónicas tiene razón? Una vez más se demostraba lo que escribe Coetzee: en cuanto pasan unas cuantas generaciones, ya no podemos distinguir entre la historia y el mito.

Pues bien: hace unas semanas estuve en Alcublas, un pueblo serrano donde encuentro lealtades insobornables, hablando de libros, del último entre los míos, de otros, ajenos, que me resultan obsesivamente imprescindibles. Al final del acto, alguien se acercó y me dijo: Ojos Azules era Luis Peris Martínez, murió en Francia pero había nacido aquí y aquí está enterrado, en un nicho compartido con su mujer, que era de Villar del Arzobispo. Me quedé perplejo. Pensé, escéptico: otra versión más sobre la vida y la muerte de Ojos Azules. Al día siguiente tenía en el ordenador su fotografía y la de la lápida con su nombre y el de su mujer, Juana María Gálvez Tortajada. Había nacido Luis Peris en 1902 y la muerte le llegó en Montpellier en1993. La otra noche, en la hermosa casa que Enrique y Ascen tienen en Alcublas, decidimos un grupo de amigos, con el papel fundamental de la Asociación Cultural Peña Ramiro, que ya era hora de investigar quién fue ese personaje que la voz popular de la Serranía ha convertido en mito.

Todavía queda gente que conoció a Ojos Azules, como el incombustible sotero Paco Gregorio, que estaba con nosotros esa noche alcublana. O como mi tío Juan Tornero, que era guardia civil en Gestalgar y en más de una ocasión participó en algún intento de capturarlo. Los libros de historia apenas nombran a nuestro paisano ilustre. Quizá fue un huido y no un miembro de la guerrilla. La Guardia Civil lo perseguía a muerte. Nunca lo cogieron. La realidad y la invención están ahora mismo delante de nosotros. La leyenda deja de ser leyenda cuando entra con todo derecho en el libro de la historia. Es una oportunidad para que Ojos Azules y el hombre del saco anden desde ahora sus propios caminos. Cada uno el suyo. Sin miedos infantiles. Sin miedos de ninguna clase. De ninguna clase. De ninguna.