Opinión
Padres de nadie; hijos de la soledad
Matías Alonso Blasco
Escribo estas líneas al hilo de lo acontecido en España a raíz del resurgimiento de la llamada Memoria Histórica, tras el último episodio del juez Garzón. De nuevo hemos quedado en evidencia no sólo ante la izquierda mundial sino ante cualquier demócrata o progresista que pensase que España había cambiado y por fin caminaba por la senda de la normalidad democrática.
Nada de eso; el único juez que se atreve a abrir de par en par los sumarios franquistas y a intentar enjuiciar los crímenes de un régimen brutal es llevado ante un pelotón de fusilamiento compuesto por compañeros de profesión que nunca permitirán que el país donde primero se luchó abiertamente por la Libertad del mundo pueda saldar sus cuentas con la Historia. Es una vergüenza histórica que la única oportunidad real de que la Justicia española preste amparo a miles de víctimas inocentes de aquel conflicto haya acabado sentando en el banquillo no a aquellos culpables, sino al juez que podía haber puesto en marcha la reconciliación de dicha Justicia con la Historia, y por alcance a todos los que trabajamos por esa normalización.
De nuevo queda patente la indiferencia general ante un numeroso colectivo de españoles que fueron castigados por algo que no cometieron. Miles de esposas y padres ya fallecieron sin ver justicia por ningún lado; ahora, miles de hijos a cuyo padre mató aquella católica y ordenada España siguen sin comprender cómo los que tanto presumen de modernos y demócratas se rasgan las vestiduras ante la sola posibilidad de que alguien pueda desvelar que sus padres no lo fueron, que existe otra Historia de España que los nuevos españoles y el mundo tienen derecho a conocer.
Me consta que Garzón intuía lo que iba a pasar con la iniciativa de aquel grupo de familiares; no sé si llegaba a imaginarse lo que le está pasando a él. De todas formas lo necesario ahora es, por una parte, expresar la solidaridad y apoyo que merece frente al ataque frontal de la caverna política, judicial y mediática el mismo juez al que en otras ocasiones ensalzan cuando el posible encausado es otro. Y por otra, seguir llamando la atención de que no se trata de darse ningún placer teórico ni de salir en la foto más que nadie; se trata de denunciar que incomprensiblemente, treinta años después de aprobada la Constitución, siga existiendo tanta gente que reclama saber dónde el Estado enterró a su padre asesinado por gentes de uniforme, toga o sotana.
Aquellos padres nunca pudieron ejercer de tales y formar una familia donde sus hijos crecieran en la normalidad. Miles de aquellos hijos se vieron rechazados por pueblos enteros donde de repente pasaron a ser hijos del demonio y rojos peligrosos que no tenían los mismos derechos y oportunidades que los demás.
Crecieron solos y acosados, con graves problemas de asimilación de lo que acontecía, sin poder terminar su duelo y sin comprender porqué aquellas gentes que tanto hablaban de paz y de caridad se volvían fieras contra ellos. Solos crecieron y solos continúan en un país que se presenta como ejemplo de convivencia y exporta su Transición como un souvenir para otros, y que incluso ve justo que otras fosas lejanas sean abiertas para dar un trato humano y digno a víctimas lejanas de lejanas dictaduras a las que consideran abominables, pero hay que ver cómo cambia en cuanto se trata de hacer lo mismo con nuestras víctimas en nuestras fosas y de enjuiciar a nuestros criminales y dictadores.
Que esto haya sido así en el pasado se puede asimilar como responsabilidad de otros y algo superado; que la soledad de aquellos hijos siga siendo una realidad hoy en día ya no es responsabilidad de otros, sino de nosotros mismos. No podemos mirar para otro lado porque quienes asumen y permiten esta injusticia somos nosotros mismos o están a nuestro alrededor. No es aquella Justicia franquista, sino ésta, la que está sentando en el banquillo a Garzón en lugar de pedir perdón por su contribución al levantamiento del edificio franquista; no es aquella Iglesia que entraba bajo palio a criminales en la Casa de Dios, sino ésta, la que sigue sin decir esta boca es mía ante tanta situación injusta, cuando no echando ella misma sal en la herida en lugar de bálsamo.
No es aquella España cruel, sino ésta, la que está permitiendo que miles de hijos de nadie mueran en soledad; no estoy solamente apoyando a Garzón; acuso a todos los anteriores de injustos; reclamo que España salde de una vez las deudas con su pasado y de una vez podamos presentarnos ante el mundo sin estas lagunas que nos envilecen. Somos muchos los que nos sentimos parte del mismo banquillo; eso nos engrandece, tanto como envilece a los que quieren ser nuestros jueces sin derecho alguno.
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