La idea fundacional de los parques temáticos es una idea excelente. En su versión moderna es, nada menos, que de Walt Disney. ¿Les suena? Desgraciadamente, aquí en España está más quemada que una falla el 20 de marzo. El tomar por tontos a los ciudadanos y los desastres económicos y mediáticos que han sido parques como Port Aventura, Isla Mágica y Terra Mitica, han abrasado el concepto. Costará bastante devolverle atractivo a la frase «parque temático» en la mente del español medio. Ahora les suena a especulación inmobiliaria, a infantilismo argumental y a chapuza de diseño con cuatro aparatos un poco bestias.

Y sin embargo, como bien vió Disney en los años 50, los «parques temáticos» eran la solución a muchos de los problemas con que se enfrentaba la arruinada industria americana de los parques de atracciones, al mismo tiempo que una herramienta educativa de primer orden para el americano medio de la época de la guerra fría y del desarrollismo científico.

En América, la industria de los parques temáticos se comió a los parques de atracciones, al mismo tiempo que el concepto Disney de la cultura, más respetable de lo que algunos creen, hizo surgir parques temáticos en cualquier lado. Toda ciudad o pueblo en que hubiera pasado algo, creaba su propio parque temático. Desde la música Country a la carrera espacial y desde la historia al comic, el americano medio podía encontrar un parque temático en el que diversión y ocio no eran opuestos a educación y cultura. Dentro de un orden, claro…

En los años 80, el fenómeno de los parques temáticos saltó a Europa. Pero del concepto Disney ya muy poco quedaba. Disney había muerto en 1966 y la factoría Disney nunca fue lo mismo sin él. Lo que vino fueron los viejos parques de atracciones que ya habían fracasado en América, con un burdo disfraz argumental en torno a uno o varios «temas». Algo quedaba, pero en ese algo, ni sus propios desarrolladores creían. Carísimas tomaduras de pelo llenas de montañas rusas y mucho terreno por recalificar alrededor comenzaron a brotar de la tierra. Sobre todo mucho terrenito.

Por eso, las palabras «parque temático» se usan ahora con un cierto tono de desprecio despectivo. Decir de una iniciativa cultural o de ocio que «parece un parque temático» es, aquí y ahora, marcarla como un templo de la cutrez.

Una pena. Porque la idea Disney de los parques temáticos, llámeseles como se les llame si se quiere, sigue siendo igual de válida, útil y rentable que cuando Disney la creó, salvadas las distancias temporales y sociales. Solo la ignorancia y falta de perspectiva del crítico acrítico de turno, le permite hablar despectivamente de algo de lo que no ve más que lo que toca a su nariz.

Si en España pudiera despojarse a la idea Disney de «parque temático» de tanta porquería como le ha caído encima, nos encontraríamos con montones de posibilidades de convertir espacios cerrados, parques naturales, fiestas populares, museos, instituciones o ciudades enteras en fantásticas herramientas culturales y de marketing al servicio de la sociedad…y de revalorización de muchas inversiones. Muchas iniciativas, ahora ruinosas pueden convertirse en máquinas de ganar prestigio y dinero a la vez que de prestar servicios de ocio inteligente, educación y cultura a ciudadanos propios y foráneos y al tan deseado turismo cultural.

¿Seguiremos siendo tan cegatos? ¿Por qué los parques de naturaleza, acuarios y animalarios funcionan bien? ¿Por qué cuando una ciudad se disfraza «de época», o se tematiza temporalmente de algo sensato, se llena enseguida?

La idea Disney de los parques temáticos, que todavía se ve bien en EPCOT y en «The Animal Kingdom», en Florida, y algo incluso bajo los otros parques Disney en EE UU, Japón o Francia, sigue siendo una mina. Solo la ignorancia, una mala prensa poco informada y el desprecio despectivo de una cultura mal entendida, nos impiden explotarla.

Infraestructuras culturales, deportivas y turísticas populares, de las que se han hecho unas cuantas y que, pasado su momento de gloria, languidecen a la espera de la subvención anual, reconvertidas como verdaderos parques temáticos y bien vendidas sin trampas ni triquiñuelas, podrían pasar de ruinas a filones y, además, tener un plus de utilidad social. Aquí pueden poner ustedes casi lo que quieran, desde la Ciudad de la Ciencia a la Fiesta de la Vendimia y desde la Marina Real Juan Carlos I al Museo de la Valltorta.

Hay mucho mercado para el ocio creativo y la educación de masas inteligente si se dispone de un adecuado proyecto educativo, de comunicación y marketing, como bien enseñó el maestro Disney. Solo hay que verlo con los ojos de esta época, tener objetivos estratégicos sensatos… y ser honestos con sus posibles consumidores. Que no son tontos.