Hasta ahora, cada vez que veía en la tele o en los periódicos imágenes de las torturas repetidas a los animales en las llamadas fiestas populares me preguntaba ¿cómo puede la autoridad permitir semejante sinrazón? Mientras, los ciudadanos de pro, sin pinta de agresores y sin crueldad en la mirada, opinan diciendo con naturalidad que sin esa barbaridad en las calles y plazas el pueblo perdería su identidad; y el alcalde del municipio en cuestión (pónganle el nombre que quieran) afirma que eso es cultura y representa valores ancestrales e irrenunciables. Pero yo seguía optimista. Está cerca, pensaba, el día que llegará la razón y pondrá fin a esta vergonzosa situación que supone una carnicería, especialmente en verano, con bajas cruentas en ambos bandos. Pero pasa el tiempo y la autoridad, si existe, mira para otro lado, disimula y sigue permitiendo atrocidades disfrazadas de fiesta.

Y ahora, ante una propuesta tímida, en el Senado, que sólo pretendía limitar la protección pública a estas fiestas, ni siquiera prohibir las agresiones, los dos partidos mayoritarios se han unido para seguir disimulando.

Hacemos campañas contra el abandono de perros, pero no nos importa que acuchillen a un becerro; prohibimos las peleas de gallos pero encerramos en la plaza a un toro y jaleamos el esperpento; protegemos al lince ibérico pero embolamos con fuego las astas de las vaquillas. No es fácil de entender, la verdad. Ya sé que dentro de cien años eso no será así. Estoy convencido de que la sensatez acabará venciendo, pero me indigna que los políticos ralenticen esta situación por miedo a los votos y con el argumento de que la sociedad aún no está madura, Ya es hora de que la ciudadanía les digamos que no, que estamos maduros de sobra; que la fiesta es algo diferente; que el espacio público, las calles, las plazas, tiene otras funciones lúdicas, colectivas, incluso con excesos, pero sin víctimas ni crueldades. Que la llamada tradición no se hereda automáticamente, sino que es necesario revisarla y reformularla en función del ahora y el aquí. Y que, a veces, la tradición sin revisar, sólo es la repetición reiterada y longeva de un error. ¿Saben?, en el pleno del Senado, eché de menos algún tránsfuga que votara con la conciencia más que con la disciplina.