Decenas de miles de valencianos abren con recelo el grifo de sus casas desde hace demasiados años. El exceso de nitratos del agua se ha convertido en un problema endémico de amplias zonas rurales que sufren el abuso de la fertilización agraria y las deposiciones de nitrógeno procedente de la contaminación atmosférica. La aprobación de códigos de buenas prácticas agrarias y tímidos programas de actuación no han tenido la eficacia deseada, como ha subrayado la Comisión Europea. Cada vez que el Consell revisa el listado de municipios donde se detectan concentraciones de nitratos superiores o próximas a los 50 miligramos, el límite fijado por la OMS, el número de municipios afectados aumenta sin que ni uno sólo de los que figuraban en la lista inicial del año 2000 haya superado el problema. Los ciudadanos, en consecuencia, no sólo sufren secuelas económicas —se ven obligados a pagar agua supuestamente potable cuya calidad deja mucho que desear — sino efectos perniciosos para la salud en colectivos tan sensibles como embarazadas y lactantes. Muchas familias de la Ribera han adquirido la costumbre de comprar agua embotellada para evitar males mayores, estrategia que lastra la economía doméstica mientras la solución se eterniza. Tan rechazable como la inactividad y la escasa política preventiva es la alternativa elegida: pozos más profundos o grandes y costosas redes paralelas de suministro que se han declarado estériles. Hay sed de eficiencia.