A raíz de la sana polémica, pero también triste, por innecesaria y retórica, que se ha mantenido en Valencia sobre la destrucción del conjunto del jardín de Monforte, he podido constatar, una vez más, el pernicioso efecto que los partidos políticos mayoritarios despliegan en nuestra sociedad cuando actúan como sectas mas allá del interés general de todos. Dentro del grupo todo vale. Fuera, ni vida

Vaya por delante que no tengo que demostrar mis profundas convicciones democráticas y la posición que en ellas ocupan los partidos políticos como canalizadores de la voluntad popular para la acción de gobierno y su control. No. Estoy hablando de un sistema de dos partidos omnipresentes, en el caso de la Comunitat Valenciana, con escasa, por no decir nula, democracia interna, en los que prima la obediencia ciega —en este caso piramidal, con vértice en Madrid— sobre la capacidad. Donde sus miembros no responden al voto directo de sus electores, sino ante sus designados gurús —no electos por los militantes—, que no tienen reparo alguno en instrumentalizar cualquier debate importante —en el que nos jugamos cosas tan esenciales como nuestro patrimonio, nuestra personalidad, nuestra lengua, nuestro presente y futuro— en función de sus estrategias de poder. Para ellos, todo se queda en que gane una sigla u otra, llámese Fulana o Mengana. Y lo que es más triste todavía, Sutano o Futano, en Madrid, que es lo que de verdad les interesa (y a mí también, allí, no aquí) en última instancia y por lo que han sacrificado los intereses de los valencianos desde hace siglos. El Cabanyal es un caso más en la lista, como el agua, el autogobierno, la conectividad, etc. Expolio sí, de acuerdo, pero ¿precisamente ahora, tras muchos años de frío silencio, cuando el barrio está hecho añicos y se acercan elecciones?

¡Venga ya! Con Monforte han intentado lo mismo y he tenido que oir cosas como: ¿para qué te metes con eso desde tan lejos? Con lo bien que estás en Nueva York... ¡Mira que te gustan los líos! Les ahorro las lindezas dichas a mis espaldas sobre mi madre y demás. Eso por un lado. Por otro, he visto cómo líderes de la leal oposición giraban sus espaldas cuando se leía un comunicado mío en el jardín amenazado. O les decían, a las asociaciones de vecinos o culturales, verdaderas protagonistas de la lucha cívica y responsable, ¿cómo os juntáis con ese del PP? Seguro que quiere volver a la política... La receta, casi siempre, es la misma: usar, abusar y cuando pisan moqueta, a la basura. Cabanyal y todo lo que se ponga por delante, usted y yo incluidos.

Pero yo hoy les quería contar algo importante, realmente muy importante para todos los valencianos. El primer clarinete de la filarmónica de Nueva York es hijo de Benifaió. Sí, como lo oyen. Se llama Pasqual Martínez i Forteza. Como casi siempre en nuestra tierra, a Pasqual le viene de raza. Su padre saltó de la banda municipal de l´Olla de la Ribera a la de Palma, y después a la sinfónica de Baleares y tocó con su hijo hasta que éste quiso volar alto. De la mano de Yehuda Guilat entró en la orquesta de Cincinnati, con Jesús López Cobos, y en 2000, mediante oposiciones, a la de Nueva York, con Kurt Masur. Pasqual es un caso raro del éxito de los valencianos en orquestas americanas. No ocurre así en las formaciones europeas, donde encontramos compatriotas en la sección de vientos, y también hoy en cuerdas, procedentes de nuestras bandas, y quería que lo supiesen. Pasqual es generoso y durante muchos veranos ha vuelto a Benifaió a tocar con su banda, trayendo a su pueblo a los mejorcitos músicos de América para compartir calidad. Su Benifaió se lo ha reconocido y le nombró hijo predilecto en 2004. Hoy me cuenta que este verano, sir Simon Rattle le ha invitado para tocar como solista en la Filarmónica de Berlín. Todo un lujo de valenciano del que yo pienso presumir, contratándolo para la clausura de la Presidencia española de la Unión Europea en Nueva York. Me importa un bledo lo que vote. Seguro que el mundo de nuestras bandas se alegra del éxito de uno de los suyos. Los de las sectas tomarán nota para aplicar su fórmula mágica. Le pienso advertir.

Y en cuanto a Monforte, voy a plantarles cara y veré de no morir en el intento. No lo duden.

Cónsul general de España en Nueva York