El panorama político español recuerda cada día más a las luchas entre bandas rivales por la hegemonía de los distritos neoyorkinos en los años veinte del siglo pasado, que dieron lugar al sangriento día de San Valentín. Con una particularidad, que aquí las vendettas no se sustancian a golpe de metralleta sino en los medios de comunicación. En la guerra de guerrillas que se libra entre los partidos políticos de este país, la eliminación del adversario consiste en su descrédito e incapacitación para competir por los puestos de poder susceptibles de ser convertidos en trampolín de enriquecimiento rápido. Como en toda guerrilla —modalidad de lucha genuinamente española— en cada escaramuza hay vencedores y vencidos. Los vencedores se aposentan en las poltronas y los vencidos se echan al monte a la espera de tiempos mejores. Eso sí, llevándose en el buche todo lo afanado. Porque aquí, nadie devuelve ni un euro.

Las siglas de algunos partidos son una simple franquicia para los amigos de lo ajeno que transitan los vericuetos políticos. Ellos mismos se suelen financiar las campañas electorales en pos de las concejalías, sin la mínima ayuda económica del partido que representan. Y si las consiguen, los apremios, exigiendo colaboración dineraria para el partido, son constantes y agobiadores durante toda la legislatura. Generalmente, el concejal que no gira al tesorero del partido cada mes, los diezmos y primicias porcentuales de la asignación que recibe de la corporación municipal, ya se puede despedir de la concejalía porque no lo colocarán más en las listas. La mordida para la marca de la cual se obtuvo la franquicia es de obligado cumplimiento. Cosa parecida, aunque en mayor volumen, ocurre en la política nacional y en la autonómica. Vista esta realidad incuestionable, que se ha convertido en un vicio de la política española, ¿alguien en su sano juicio se va a creer que los partidos no conocen los trapicheos económicos de sus cargos públicos y que no se llevan su parte de los gatuperios? Pensar que nos vamos a tragar esa bola es tomarnos por tontos.

Por eso, la insensatez con que el PSOE y el PP se echan a los pies las chorizadas de sus truhanes de turno produce más risa que alarma social. Es posible que sea lo que pretendan, para frivolizar el pozo de inmundicia en que se mueven. A la vez que tratan de ganar por la vía del descrédito del adversario lo que no pueden conseguir en las urnas. De tal modo exageran esta nueva manera de hacerse la guerra que ya casi nadie les cree, aunque lo que digan sea el Evangelio. Es lo que está sucediendo con los casos Camps y Bono, convertidos en sendos culebrones.

En Valencia, el socialismo no acierta a conseguir un líder capaz de ganar la presidencia de la Generalitat —el primero y el último que tuvieron con cara y ojos fue Lerma— y como Zaplana, tan escurridizo él, se les escapó de rositas la han emprendido con Camps, sus trajes, su camisita y su canesú. Y no pararán hasta aburrirlo o hasta que se cansen de hacer el ridículo y se pongan a hacer política en serio. Porque lo de Gürtel, que tiene tela marinera como irrupción de un grupo de gángsteres en la política, de puro enrevesado resulta más difícil de interpretar que la Quinta de Beethoven con flauta dulce.

Lo de Bono huele de otra manera. No digo que no le venga bien a la derecha que a la tercera figura política del país, le lluevan rayos y centellas en esta guerra inmisericorde del «más eres tu por si acaso», pero parodiando a Agatha Crhistie hay que preguntarse a quién beneficia el crimen. Y a quienes verdaderamente estorba Bono es a aquellos de sus conmilitones que aspiran a sustituir a Zapatero en La Moncloa. Bono no está acusado jurídicamente de enriquecimiento ilegal o fraudulento. Simplemente se airea con insistencia que tiene dos áticos en la playa, varios pisos tierra adentro, alguna finca, una hípica en Toledo y su esposa cuatro tiendas de Tous. Le contabilizan unos mil millones de las antiguas pesetas como patrimonio. Las tiendas de Tous deben ser una mina, porque amasar esa fortuna con los sueldos de presidente de Castilla-La Mancha, ministro de Defensa y presidente del Congreso de los Diputados, sería imposible. Y determinados negocios son incompatibles con dichos cargos. Dado que los medios de comunicación afines a la derecha más radical, descargan sobre él una especie de gota malaya diaria con ritmo de serial, Bono debería poner punto final al enfangamiento de su nombre cuanto antes. Porque el ambiente actual es terreno abonado para que los rumores arraiguen en una sociedad deseosa de ponerle rostro a cualquier sospecha de corrupción política.

La regeneración de la vida pública española es una necesidad firmemente sentida, y nunca ha estado la conducta de los políticos tan en cuarentena como ahora. Como medida precautoria, obligada en el ejercicio del periodismo serio, uno prefiere seguir creyendo en la honestidad de Bono mientras no se demuestre lo contrario. Él debe ser el más interesado en que no sea el tiempo, sino la verdad, quien diluya las sombras arrojadas sobre su nombre. Bono debe llevar al juzgado de guardia a quienes tratan de desprestigiarlo. No tiene otro modo de defender su honorabilidad y la de su partido.

El cáncer de Europa

El rigodón que a ritmo de crisis llevan bailando Zapatero y su Gobierno hace más de tres años ha tocado a su fin. Ya no vale con soltar cuatro conceptos generales que, como los sostenes femeninos, sólo sirven para contener a los de adentro y engañar a los de afuera. Los foros internacionales del dinero ya no se dan por satisfechos y comienzan a estar mosqueados por el engaño. La situación es real y tremenda. Ya no se trata de un rifirrafe entre Solbes y Pizarro, que por cierto ganó Pizarro pese al amaño de la prensa apesebrada. La infantil estrategia de los dos pasos adelante y tres para atrás ya no engaña a nadie. Y el hecho de que Europa nos haya adoptado para vigilarnos de cerca no basta, porque Zapatero y sus mediocres siguen dando pares y nones. Sin darse cuenta de que esto va en serio. Que o se ven resultados pronto o cualquier día corren a Zapatero a alpargatazos. Porque la pupa que para España significa la ineptitud de Zapatero, para la Europa del euro puede ser un cáncer.