La capacidad de España para librarse de sus innovadores es proverbial. Una seña de identidad gracias a la que existe, y se engrosa, un curso paralelo de la historia patria, la de los heterodoxos, que de otro modo serían deglutidos por el poder establecido, con sus prácticas, formas y defensas frente a «novatores». Estoy hablando de Garzón, claro, que encarna la desmesura, el exceso, la hibris, aplicada a una idea de justicia en lucha con el marco estricto y formal (y, por esencia, un tanto cicatero) de la ley, aunque nunca ha habido innovación sin desmesura. El «novator» Garzón no tenía sitio en el sistema, que al final lo ha echado a las tinieblas exteriores como cuerpo extraño. Pero como para sacarlo de él se han forzado los goznes, el sistema se ha desvencijado, o ha aflorado su desvencijamiento, creando las condiciones para su innovación. Ésta sería la forma dialéctica de verlo.