No sé si en las cancillerías se ha decidido la solución final aplicada a los palestinos, pero lo parece. Si Turquía, país al que pertenecen la mitad de los integrantes de la Flotilla de la Paz y que dispone de un ejército grande y fogueado, se limita a congelar las relaciones con Israel, EE UU y Europa sueltan sus habituales gansadas sobre la «lamentable pérdida de vidas humanas» y China y Rusia no dicen nada, es que la suerte está echada: no habrá Estado palestino, como mucho un «refugio nacional» como los que el viejo régimen racista de Sudáfrica reservaba para los bantúes, rodeado de píos observantes de la Ley con sus tirabuzones y metralletas dispuestos a darles patadas en el culo a los palestinos cuando toque y cuando no. O a balearlos porque sí.

El ataque a la flotilla de voluntarios, perpetrada con todos los agravantes (en aguas internacionales, contra organizaciones humanitarias, en presencia de famosos como el novelista Henning Mankell) no fue un acto de histeria, ni tenía como objeto ensañarse con los mansos de corazón, sino recordar quién manda en Gaza y mucho más allá. Visto está. Asusta pensar qué pasaría si en Gaza —como en Iraq— hubiese, además, petróleo. El llamado Occidente se ha decidido por la política de apaciguamiento en esta versión israelita de la anexión de los Sudetes y Gdansk-Jerusalén. La violencia no es inútil como suelen repetir las personas de buena fe. Al contrario, puede ser utilísima a los designios del violento si va unida a un plan político. Cierto enfoque de la «cuestión nacional vasca» volvía muy fértiles las bombas de ETA o como decía el humanista Arzalluz, «unos agitan el árbol y otros recogemos las nueces».

Ha bastado el hundimiento de un barco coreano (sospechoso, muy sospechoso) para que el primer gobierno japonés de izquierdas se haya olvidado de Okinawa: sonaban las cornetas de zafarrancho de combate de todos contra el tirano de Corea del Norte. Otro holocausto está ocurriendo ahora mismo en Gaza, no por la fuerza y el número de los malos, sino porque la buena gente no hacemos lo suficiente.