Las misses incurren tradicionalmente en descrédito por el pecadillo juvenil de haber posado desnudas, o por una maternidad no confesada al inscribirse en el certamen. Sin embargo, la era del terror no podía marginar a los concursos de belleza. La libanesa Rimah Fakin iba a ser la primera inmigrante musulmana en coronarse como Miss USA, pero pronto se excavaron vinculaciones de su familia con los radicales de Hezbolá. Esta conexión era más peligrosa que si hubiera desfilado portando un artefacto explosivo, hasta el punto de que su procedencia oscureció de inmediato a las fotografías donde imitaba a una bailarina de striptease.

El primer síntoma del desquiciamiento planetario no es la proliferación de escándalos, sino que se hagan incomprensibles. Rimah Fakin debiera ser reinterpretada como un triunfo de la cultura occidental, al demostrar que un biquini viste tanto como un burka. Aunque existe el concurso Miss Líbano, la ganadora hubiera sido lapidada por su osadía en numerosos países de la zona. Los integristas norteamericanos debieron ceñirse a asuntos corporales, porque Miss USA posee unas caderas estrechas para las apetencias de un país cuyo concepto de la feminidad se ancla en Playboy.

La polémica sobre Rimah Fakin confirma que la islamización acelerada del planeta dejará en pie dos hitos, el festival de Eurovisión y los concursos de misses. Ambos se caracterizan porque el ganador es lo de menos, un personaje fugaz que compite para ser recordado al año siguiente. Contra esta marea no prevalecerá la obsesión de las religiones vecinas con la indumentaria de las mujeres árabes. Y si la infiltración de Hezbolá consiste en apropiarse los ritos occidentales, no notaremos la diferencia.

La proclamación de Rimah Fakin genera la situación más embarazosa desde que Hussein de Jordania se enamoró perdidamente de una de las prostitutas que la CIA ponía a su servicio para tenerlo vigilado, y que al ser judía hubiera desencadenado un conflicto internacional. El verdadero escándalo de Miss Hezbolá —el título es en sí mismo una afrenta contra el movimiento chií— radica en su licenciatura en Económicas, que debiera descalificarla absolutamente para un certamen ganadero. Mientras El Vaticano y La Meca riñen sobre la religión más verdadera, el concurso se celebró en Las Vegas, capital del sincretismo religioso.