Algún sector de la opinión pública española ha puesto el grito en el cielo (nunca mejor dicho) para denunciar un cambio en el protocolo que deben seguir los militares en aquellas celebraciones de carácter religioso a las que acuden con carácter voluntario. La reglamentación, vigente desde 1994, establecía que, al paso de las imágenes en procesión, los militares presentes se mantendrían en posición de firmes, como actitud de respeto, pero ni presentarían armas ni se tocaría el himno nacional. Una medida lógica en un Estado laico por imperativo constitucional. Al fin y al cabo, las imágenes religiosas, por los valores de paz y de concordia que representan, deberían de estar alejadas de estos fastos.

Aunque cabe recordar que, desde 1.908 la Virgen del Pilar sigue figurando en la escala de mando del ejército español como Capitán General, junto con el propio Francisco Franco y, entre otros, Agustín Muñoz Grandes, aquel que comandó la División Azul. La regla en vigor desde 1994 se mantuvo sin mayores polémicas, pero solo admitía una excepción a la norma general: la rendición de honores al Santísimo Sacramento.

Por razones de prudencia que desconocemos, el gobierno de Felipe González, le suprimió la presentación de armas y el himno nacional a los varios miles de Cristos, Vírgenes y Santos de especial devoción en España y se los mantuvo en cambio a la hostia consagrada. Misterios de la política y de la teología.

Andando el tiempo, alguien debió darse cuenta de esta incongruencia y la ministra de Defensa, señora Chacón, dejó también al Santísimo sin honores militares con fecha de 21 de mayo pasado. En mala hora lo hizo. Pocos días después se celebraba en Toledo la famosa fiesta del Corpus y avispados observadores de la persistente campaña anti-católica del gobierno del malvado Zapatero montaron un escándalo tremendo.

La procesión religiosa amenazaba con convertirse en un mitin político, y las autoridades socialistas (del gobierno central y del gobierno de Castilla- La Mancha), maniobraron para conjurarlo sin incumplir el reglamento. Al final, los cadetes de la Academia saludaron marcialmente al Santísimo, el jefe de la tropa levantó el sable, y el himno de España fue interpretado por la banda de música municipal. Por supuesto, los aviesos observadores no se dieron por conformes. Donde estén las trompetas y tambores del Ejército que se quiten los de la banda pagada por el ayuntamiento. La relación, un tanto excitada, entre un sector de la ciudadanía que se dice católica y el ejército que, a su juicio, debería de servir en exclusiva sus intereses, nos dio muchos disgustos en el pasado, pero tiene aspectos muy contradictorios. A veces, oigo a nostálgicos del antiguo régimen hablar mal de los moros, olvidando que, la penúltima reconquista de España para la causa de la civilización cristiana partió de África y con tropas formadas por mahometanos. Volviendo al caso que comentamos, no creo que al Santísimo le ofenda que en vez de la banda del ejército le toque el himno la banda del pueblo. En cualquier caso, siempre le sonará a música celestial.