Cuando se instala una moda, el que la esquiva es un apestado. Hoy el canon dicta que hay que bajarse el sueldo. Lo exige la corrección política, que no abunda en matices. Porque, digo yo, no es lo mismo que el presidente Montilla, que cobra 140.000 euros, se disminuya la nómina o que Camps, que recibe 80.000, se rebaje otros tantos (en 67.000 se ha quedado). Y quien dice Montilla, dice los altos cargos del gobierno catalán, extremeño, riojano o canario. Los valencianos son lo que menos cobran. En el asunto de los sueldos, la demagogia es espumosa. Se trata de halagar a la ciudadanía. Si alguien no cumple el precepto se desplegarán sobre él todas las plagas de Egipto. Después nos gastamos miles y miles de euros en producir una ópera que cultiva el espíritu, muchísimos más en observar cómo corren los Fórmula 1 y otros tantos en pagar el césped artificial para que los campos de fútbol fabriquen alevines de Villa. ¿Es posible que un conseller cobre menos que un chapucero de quinta fila, de los que tanto abundan, y encima nos alegremos? En fin, ofrendas a la cultura del espectáculo mientras el mundo se tambalea alrededor. Cameron anuncia recortes «dolorosos» en el gasto: el Reino Unido ha vivido por encima de sus posibilidades, la crisis cambiará el «modo de vida». Alemania se enfrenta al mayor ajuste desde la postguerra: disminución de la plantilla de funcionarios, recortes en la protección social, congelaciones de salarios, revisión de la política de subsidios. Berlusconi dice: «es la hora de los sacrificios» aunque «no habrá carnicería social». La habrá, como en todas partes. El problema no es el maquillaje –la rebaja de sueldos–, sino cómo reparar el corazón del sistema que agoniza. Con Europa al borde del abismo, y con cinco millones de parados en España, la huelga de hoy difunde muchas dudas. Menos mal que entre el aluvión de calamidades que golpean el Estado de bienestar, y quizás por eso mismo, el líder socialista, Jorge Alarte, propuso ayer al presidente Camps un «pacto de Estado». Algo así debió plantearse Zapatero hace tiempo con CiU y PNV. A Alarte le falla el equipo elegido, sin embargo. La «plantilla» le usurpa al gesto credibilidad, le roba énfasis. No logra persuadir. Están los de siempre –sus próximos– cuando esperábamos a los Aurelio Martínez, Pedro Solbes, Victor Fuentes o Martín Sevilla.