Entrevistan a un viajero acerca de la repercusión de la huelga. «No he notado nada —dice el joven—. Adelanté el viaje un día y me he venido temprano. Todo anda tranquilo, aunque aún no ha abierto el mostrador de facturación.» Al igual que las medidas de choque que se agolpan, las respuestas y las lecturas consiguientes también son confusas. La labor pedagógica desplegada por el Ejecutivo para mostrarnos lo que se nos venía y el porqué no tiene precio. Si el cargo que ostentan caminase en relación con ello, tres cuartas partes del Gobierno estarían en paro. Lo más emocionante para el españolito de a pie es que la credibilidad del resto de agentes políticos y sociales tiene castaña. Por la patronal, su presidente, Díaz Ferran, dijo ayer que se trata de una acción «inoportuna e innecesaria dado que el país no está para huelgas», olvidándosele incluir el pequeño detalle de que, para lo que igualmente no está, es para un Díaz Ferran más. Los sindicatos, por su parte, no saben hacia dónde tirar. Son conscientes de que la huelga general ayudaría a vaciar una piscina con dos gotas escasas de agua. Es que es mucho lo que tenemos encima. El sistema financiero ha venido dilatando las consignas del Banco de España y, si sale bien de la inflación de sips, habría que planteárselo para el sistema autonómico. O al menos una performance que haga más estética la cosa. Lo malo no es que Zapatero acabe de anunciar que hay que superar tres reválidas en junio, sino que a saber cuántas serán entonces. Nueve son los mensajes que suelta al día González Pons y otras tantas las ocasiones en que rectifica. La última al asegurar que lo que sobran son políticos y no funcionarios, sin concretar nombres el figura, con lo que no hay dios que recorte. Hasta la selección ha sido señalada por el monto de las primas. Pero ya nos conocemos. Como gane el Mundial entonarán el «¡Viva España!» hasta los de larga duración. Manque Grecia.