Zapatero visita el Vaticano. En 2004 se entrevistó con Juan Pablo II. El primero iniciaba su mandato y el segundo se encontraba casi al final de sus días. Con el Papa actual se reunió fugazmente en Valencia, en 2006, con motivo de la Jornada Mundial de la Familia. En estos momentos, la pregunta es: ¿a qué ha ido Zapatero al Vaticano?

Sin duda, la foto con el Pontífice siempre es rentable políticamente. Un cálido apretón de manos entre el Papa Ratzinger y el presidente Zapatero. La carga simbólica de este encuentro es un respiro en la horas bajas del presidente. Sin embargo, ¿cuál es en el fondo el contenido político de esta entrevista? Dos premisas la circunscriben. La primera es que Benedicto XVI debe tener el tímpano reventado de la cantidad de información negativa que sobre Zapatero le habrán suministrado muchos prelados patrios. Es evidente que el Vaticano hubiera deseado otro presidente del Gobierno español socialista.

La segunda es que se acercan elecciones autonómicas y municipales en 2011, y generales, en 2012; una visita del Papa a España en noviembre de este año y el posible trámite de la anunciada ley de libertad religiosa. Y todo esto en el contexto de una terrible crisis económica demoledora para la credibilidad y las aspiraciones del gobierno. Las notas oficiales dirán lo que dirán, pero el núcleo fundamental de este encuentro ha sido, sin duda, informar al Pontífice de las intenciones y de las líneas generales de la próxima ley de libertad religiosa.

A Benedicto XVI, como buen intelectual, le preocupan las cuestiones profundas. En una palabra, qué tipo de laicidad —su concepción antropológica o su cosmovisión— tiene el presidente en la mente y plasma en su acción de Gobierno e inspira esa ley. En las otras instancias, Secretaría de Estado

—Bertone y Mamberti— el discurso habrá sido totalmente distinto. El Vaticano le habrá pedido garantías de que la Iglesia católica española seguirá gozando de su estatuto preferencial en las materias que le afectan directamente, de acuerdo con el Concordato vigente y la Constitución española.

El escollo será la simbología, fundamental para la Iglesia. Al mismo tiempo, Zapatero habrá expresado su deseo de que el Papa continúe en la línea de la prudencia en sus discursos y en sus gestos durante el próximo viaje a España. El presidente también habrá encontrado la forma de decirle a Bertone que los obispos españoles tienen que dejar de organizar actos masivos en contra de su política. Parece evidente que, gracias a la buena labor del embajador Vázquez, Zapatero se entiende mejor con el Vaticano que con el episcopado español, aunque la vicepresidenta goza de la simpatía de algunos destacados obispos.

En una palabra, el objetivo es caminar hacia ese ideal que propugnaba el cardenal Tarancón: «mutua independencia y sana colaboración». Esto conducirá a la dos instituciones a una menor alineación, por parte de la Iglesia y, más independencia respetuosa, por parte del Gobierno.