Los políticos, a quienes les abonamos su mensualidad, las pagas del 18 de julio y Navidad, casi tres meses de vacaciones, dietas, viajes y otras gangas, como cuando vuelan a Guinea-Konakry o Chiapas para «observar» si sus elecciones son puras y limpias, parece que se han puesto a ahorrar, es decir, a disminuir el chorro de miles de millones de euros de las empresas públicas en que trabajan. Han tomado conciencia de su escandalosa prodigalidad por la crisis. A buenas horas…

¿Qué es, en realidad, un político o un sindicalista? Un funcionario del Estado que vive de los impuestos de la ordinary people. El político es una de las escasas amas de casa manirrotas. No ahorra, pero dilapida, porque el dinero público es «de todos». O «el dinero público no es de nadie», como sentenció Leire Pajín (cobra tres sueldos). Y es precisamente este pensamiento estúpido y egoísta el que ha dirigido a España a la catástrofe económica presente. Durante cinco años, el Gobierno se ha dedicado a repartir donativos millonarios a diestro y siniestro. Ha sido cigarra y no hormiga.

Vírgenes en democracia al haber vivido durante muchos años bajo la dictadura franquista, creímos, al igual que miles de demócratas, que la política, y los profesionales de ella, nos harían disfrutar de un régimen agradable, amante de la cultura, honrado, sincero y tal y cual. Ahora es el momento de confesar que idealizamos la res publica en libertad. La corrupción y la ineptitud más colosal han sumido a la sociedad en un pesimismo atroz. Los últimos gobiernos de España, y muchos autonómicos, han forjado más ciudadanos nihilistas y amargados que el filósofo Jacobi y el novelista ruso Ivan Turgenev juntos.

Lo asombroso es que siguen votando porque el ser humano es débil y gregario, y los domingos es una tradición meter la papeleta en la urna y después irse de paella. Y la liturgia prosigue. Alrededor de once millones de electores creen que el partido al que votan es de izquierdas (PSOE, fundamentalmente); y hay otros diez millones que votan al centro-derecha (PP). Es más cierto lo segundo que lo primero. Las últimas medidas de ajuste del Gobierno central no pueden ser más contradictorias con su discurso ideológico, truncado finalmente porque los sueños (zapateriles) sueños son, ya lo dijo Calderón. Zapatero, 3 de julio de 2007: «Lo enunciaré de forma sencilla pero ambiciosa: la próxima legislatura lograremos el pleno empleo en España». El mismo Zapatero, 14 de enero de 2008: «La crisis es una falacia, puro catastrofismo». El mismo ZP, 29 de abril de 2009: «Es probable que lo peor de la crisis económica haya pasado ya».

Cualquier persona que reflexione un poco, o que no participe del sectarismo ideológico que todo lo manipula y lo niega por el fanatismo y su pertenencia ciega a unas siglas, debe aceptar que a nadie le agrada que lo tomen por tonto. ¿Para qué, pues, tantos asesores monclovitas? ¿Para negar durante más de tres años la debacle y finalmente (a la fuerza ahorcan) admitirla?

Concluyamos con una autocita. Demuestra que cualquier ciudadano de a pie ya conocía en 2008 lo que ZP negaba. Esto es lo que publiqué en el editorial del «Anuario de la Cocina de la Comunitat Valenciana 2009». Está escrito en septiembre de 2008: «La crisis económica, desencadenada con toda su crudeza en el último trimestre de 2008, está afectando seriamente al sector. Por ello, muchos restauradores han optado, inteligentemente, por ajustar sus precios al descenso de la demanda».

¿Quién decía la verdad? ZP o Ibn Razin. Menos ideología barata, más raciocinio y mejor gobierno.