Asistimos pasmados estos días a la aprobación, en chaparrón, de medidas para salir de la crisis por parte del gobierno. Es una letanía de propuestas, a cuál más dura contra el estado de bienestar que nos habíamos dotado en las últimas décadas. Y menos mal que no hay sequía climática, sino la situación sería peor. Recordemos que las anteriores grandes crisis económicas que vivimos en los años ochenta y noventa del siglo pasado coincidieron con momentos álgidos de dos de las sequías más duras de dicha centuria (1978-84 y 1990-95). Entonces, malestar en el campo con pérdidas económicas tremendas. Y también en la ciudad, porque numerosas poblaciones de nuestro país sufrieron duras restricciones de agua, en ambas secuencias de sequía. Imaginemos que de cara al verano estuviésemos ahora inmersos en una gran sequía ibérica –algo propio por otra parte de nuestro país-, con campos agostados y ciudades y turistas sin agua en el grifo. La situación sería aún más tremenda de lo grave que ya de por si está siendo la actual. Tras el lluvioso invierno vivido los embalses españoles almacenan agua para varios meses. Y los acuíferos han recuperado niveles históricos. Es una importante reserva de capital que a veces no se valora, pero que ahí está.