El próximo lunes cambiamos de estación del año: es el solsticio de verano. Si clavamos verticalmente un palo en el suelo, en un lugar soleado, y observamos su sombra a lo largo del día, nos damos cuenta de que es alargada al amanecer, va acortándose poco a poco, alcanza su valor mínimo a mediodía solar, es decir, cuando el Sol llega a su altura máxima sobre el horizonte, para volver a crecer por la tarde y alargarse al anochecer, cuando el Sol se pone sobre el horizonte oeste. Si nos fijáramos en la longitud de la sombra, a mediodía, a lo largo del año, veríamos que hay un día en que la sombra es más corta que el resto del año. Es precisamente el solsticio de verano, el 21 de junio. En nuestras latitudes, un palo vertical o un obelisco siempre hacen sombra durante el día. Pero hay lugares en la Tierra que esto no es así. El día del solsticio de verano, los habitantes que viven a lo largo del Trópico de Cáncer (el paralelo terrestre de latitud 23,5º) observarán que la sombra de un obelisco desaparece completamente a mediodía, ya que el Sol, ese día, en esa latitud y a esa hora, se encuentra justo sobre la cabeza, o como dicen los astrónomos, culmina en el cenit. Esto ya lo sabía Eratóstenes de Cirene, que en el siglo III a.C., midiendo la sombra que proyectaba, ese día y a esa hora, un obelisco en Alejandría (a 800 km al norte del trópico), calculó, con extraordinaria precisión, el diámetro de la Tierra.