Nos espantan las fotos de aves y peces del Golfo de México rebozados en crudo, pero más o menos así estamos todos con el petróleo, pringados y atrapados. El petróleo nos mueve, nos calienta, nos da luz, está en la ropa, los muebles, las casas, los utensilios que se supone nos hacen más fácil la vida, y en los envases de casi todo, pegado a las cosas como una segunda piel. Nuestra petrodependencia es tan grande, que para seguir viviendo necesitamos un chute cada vez más fuerte. El petróleo agita las guerras, regula o desregula la economía, alza o rebaja hegemonias y poderes. Era, antes de propagarse e invadirlo todo, la piedra filosofal de los alquimistas, que debería transformar en oro cualquier metal. Al final nos ha acabado transformando a nosotros. El escape del Golfo es un pinchazo en el globo de nuestra quimera, y al mirarnos en sus aguas vemos el retrato de Dorian Gray.