Un notable ejercicio ensayístico consiste en abordar la realidad española bajo la ficción de que el Gobierno sigue al timón, cuando ha pasado de ejecutivo a ejecutor de políticas diseñadas por foros alienígenas. En esta transición a la democracia bajo tutela, se impone como dato económico una observación trivial sólo en apariencia. Zapatero ha encanecido, como si hubiera atisbado por primera vez un futuro sin poder, el auténtico horror para un gobernante. A la espera del efecto sobre los mercados de la multiplicación de canas en la superficie presidencial, pueden interpretarse como la reacción fisiológica de un socialista de pana tras venderle su alma al diablo capitalista a precio de saldo.

Enfrentado al dilema de Dorian Gray, el presidente del Gobierno ha asumido el envejecimiento de su retrato. Adopta físicamente el hundimiento electoral que le presagian los sondeos. Las canas adensarán su discurso y le ganarán seriedad entre las edades elevadas, más de un político joven se tiñó las sienes de blanco para disimular su impericia. Sin embargo, Zapatero ha basado sus mandatos en una precocidad muy por debajo de sus años. La temeridad juvenil le permitía abandonar Iraq pegando un portazo a Bush. Seis años después, el político encanecido deambula por un Mundial que en su anterior reencarnación hubiera ganado en dos patadas. Como mínimo, en su primera legislatura hubiera seducido a sus colegas desde una presidencia de la Unión Europea que debía ser su momento de gloria, pero que ha acabado en cenizas.

La primera virtud de los mesías es la puntualidad. Siempre nacen en el primer día de la era que encabezan. La sociedad deberá decidir si el encanecimiento de Zapatero llega en el momento apropiado para recuperar un voto teñido de conmiseración. En el caso de que las urnas se hayan perdido irremisiblemente, la insignia de las canas puede servir de parapeto contra una huelga general. España no admite históricamente el envejecimiento de sus gobernantes. Desde la llegada de la democracia, ningún presidente se ha mantenido en La Moncloa por encima de los 55 años. De hecho, Mariano Rajoy es el primer candidato con posibilidades que aspira a convertirse en sexagenario al frente del Gobierno.

Un Zapatero encanecido obligará a un esfuerzo de aclimatación ciudadana. Las páginas económicas se enriquecerán con una sección en que un gráfico con el avance de los cabellos blancos se superpondrá a las últimas incidencias económicas. En atención a la paja en el ojo ajeno, es posible que el envejecimiento súbito del presidente provenga de la contemplación de los cambios en la competencia. Traicionar los preceptos del Estado de bienestar cursa con menores trastornos que asistir a la proclamación del PP como Partido de los Trabajadores. Para un político tremendamente competitivo, resulta tan desolador verse superado por la izquierda como ser condenado por los corrillos internacionales en atención a la falta de competitividad de su país.

Para atenuar la preocupación de Zapatero por su nueva imagen, Papandreu ha conseguido que Grecia entienda sus recortes drásticos, pese a un aspecto avejentado por encima de su edad real. De hecho, los analistas reclaman la incorporación al Gobierno de pesos pesados como Almunia o Solana, cuya indudable pesadez se halla tan arraigada como su porte senatorial. Las dudas sobre la solvencia española pueden disiparse con un gabinete dominado por el aire sesudo que otorgan las canas. El actual presidente puede reservarse la cartera de Deportes, fatigosa actividad donde se han concentrado los mayores éxitos de sus mandatos.

Las canas son históricamente incompatibles con la permanencia en La Moncloa, por lo que obligan a precaverse para un futuro político sin Zapatero. Superada la fase de rechazo radical que sigue al abandono del poder, será probablemente un presidente notablemente revalorizado tras su jubilación. Más allá de sensaciones asfixiantes sin sustento real, también puede presumir del limitado impacto de los escándalos bajo su mandato, con una activa fiscalía Anticorrupción. Le ha encanecido una furtiva depresión económica de raíces desconocidas, que no amainó ni al traicionar sus principios, porque la diferencia entre Zapatero y González radica en que el primero es de izquierdas.