Al parecer, Saramago siguió escribiendo después de publicar «Caín», pero mejor pensar que en la frase que cierra la novela («la historia ha acabado, no habrá nada más que contar») hubiera voluntad profética. Esas palabras se impostan, con aspecto de lápida, tras un enorme diálogo entre Caín y Dios, justo cuando el Arca de Noé ha llegado a tierra firme, tras el diluvio universal, pero no ponen fin al diálogo, que se supone ha seguido hasta hoy. Haber dado voz a Caín, y reescrito su historia, haciendo de él un ecológico asesino en serie, que libera a la creación del hombre, es una profecía demasiado poderosa como para que el Vaticano se quedara callado al irse Saramago, y no lo ha hecho, desmintiendo así el libro de estilo, según el cual no hay necrológica mala. Esa reyerta «post mortem» entre Saramago y la Iglesia eleva la interpelación de Caín a un rango escatológico que produce vértigo.