Craig Venter es un hombre polifacético: científico, emprendedor, directivo, vendedor… en fin, me parece un auténtico líder. Estos días está por Valencia, después de que anunciase, hace un mes, la síntesis de un genoma artificial autorreplicante en una carcasa de otra bacteria del mismo género mycoplasma. Lo que constituye un hallazgo de gran magnitud, pues es la primera vez que una célula viva no proviene de la división de otras células, sino de la división de un material genético sintetizado artificialmente por ordenador; y, por tanto, inexistente anteriormente en la naturaleza.

Ya quedamos un tanto deslumbrados con el desciframiento del genoma humano, del que conmemoramos en estos días, el décimo aniversario. Se puede decir que hemos entrado de lleno en la era de la ciberbiotecnología: un montón de posibilidades, pero también un cúmulo de riesgos para los que todavía no estamos preparados. Venter ha venido a nuestra ciudad con una misión concreta: recoger información de 80 millones de genes distintos en microorganismos del Mediterráneo. Los humanos poseemos unos 25.000 genes, lo que da idea del proyecto que lleva entre manos.

Me ha llamado poderosamente la atención que Craig Venter, al tiempo que anunciaba la publicación en Science de su proeza, apelara a la necesidad de una estricta regulación legal, porque la legislación existente le parece insuficiente. En este sentido, propone que se regule la actividad de las compañías que pueden sintetizar ADN, para evitar la producción de agentes nocivos. Así mismo, ha recomendado al Congreso de Estados Unidos que tome las medidas necesarias para que la sociedad no se vea sorprendida por el inadecuado uso de estas tecnologías. Al mismo tiempo, el presidente Obama solicitaba a la Comisión Presidencial para el Estudio de Asuntos Bioéticos que le entregue en seis meses un informe sobre las consecuencias sociales y éticas del hallazgo de Venter. ¿Por qué estas precauciones? Ciertamente, no se puede poner puertas al campo, ni cercenar la natural inclinación del hombre a saber más, a profundizar, con ese sano afán de curiosidad que enseñaba Tomás de Aquino —«studiositas» le llamaba— que nos distingue de los animales. Porque la comprensión del universo es una continua llamada a desplegar toda la intensidad de que es capaz la inteligencia humana, chispa divina.

Nos queda mucho, pero es evidente que la humanidad ha de avanzar en el conocimiento de la naturaleza viva; al tiempo que hemos de ser cautos. Hay grandes oportunidades, pero también graves peligros en ciernes, tanto de bioerror como de bioterror. Por tanto, se hace necesario regular estos avances. Venter, y no sólo él, está convencido de las importantes repercusiones sociales de lo que, sin duda, será una de los más potentes y poderosos instrumentos tecnológicos de nuestra sociedad; pero manifiesta la necesidad de mantener un continuo control de sus aplicaciones para garantizar que se utilizan en beneficio de todos. Y esto está por ver.