En Castelló han relegado la siglas a fin de pedir inversiones, o que no fallen las previstas, para sus comarcas. Se las exigen, además, a Zapatero y a Camps. Al Gobierno central y al Gobierno de la Generalitat. PP, PSPV y Bloc, los tres partidos con representación en la Diputación de Castelló, se han unido en una causa común. Castelló ha pasado del pleno empleo a la tasa de paro más alta de España. Es normal que la política eche una mano. La política suele discurrir, a menudo, por otros cauces: los de la politiquería. O por el cauce previsto. En el caso de la oposición, por el control del Gobierno. En el caso del Gobierno, por el desarrollo de su programa. Los consensos ni siquiera se plantean en situaciones límite. Ahí está el PP nacional, menos patriota que nunca. Ahí queda el PP valenciano, sin darse por aludido del pacto económico ofrecido por Alarte.

Francesc Colomer, el látigo de Carlos Fabra, se ha abstraído de la cantinela perpetua. En Valencia, la melodía la entona Luna y se llama Gürtel. En Castelló, el estribillo se apellida Fabra. Es como una fuga de Bach: las variaciones son idénticas. El líder del PSPV en la provincia ha dicho: «esta institución es hoy más creíble que si hubiéramos votado cada uno por nuestra cuenta». Se refería a la moción suscrita de forma conjunta. Después rasgaron la baraja en la financiación local. Pero algo es algo. Y ese «algo» es insólito. Supone la ruptura del tiempo político. La situación económica de Castelló, dice el texto aprobado, requiere una actuación unánime de los poderes públicos. ¿Nos hallamos en un ámbito paranormal donde una idea puede generar complicidad en todos los actores políticos?

Las empresas valencianas están sumamente castigadas por la crisis. El Gobierno de Zapatero continúa adjudicando, en igualdad de condiciones, contratos a firmas «ajenas» a esta periferia —con domicilio fiscal en otras autonomías quiero decir—, o las coliga para empastrar el maquillaje ante la opinión pública. La lógica de los técnicos del ministerio es comprensible. Funciona con otra perspectiva: con «su» perspectiva, que es general, de uno a otro confín de la piel de toro, aunque los proyectos se ejecuten aquí. No hablo del posible carácter agiotista, que desconozco, sino de su óptica catastral. Ni me refiero a un localismo de boina y botijo, sino del «despiste» madrileño. Estamos acostumbrados. También los empresarios lo están, aunque sus neuronas agresivas se descompongan en épocas de vacas flacas. Se quejan de los canales de interlocución, lo que se suma al shock que ha representado la fusión fría Bancaja/Caja Madrid, de auténtico psicoanálisis. Y observan de cerca los «desvíos» de la Generalitat en la misma disciplina. Pese a que la tipología empresarial es anárquica —por mucho que se agrupen en torno a Cámara, Pons, Ferrando y González— han de aplaudir el «modelo Castelló». Con displicencia. Saben que en Valencia es imposible. El Bloc podría denunciar el desvarío, pero también en este asunto anda errático.