Hace unas semanas nos dejó la escultora Louise Bourgeois. Vinculada a las vanguardias históricas europeas, su obra nos acerca al ciclo de la vida, nacimiento, reproducción y muerte. Sus esculturas más conocidas son «Mamá», en la Tate Modern londinense, y «Araña», en los exteriores del Guggenheim de Bilbao. Se trata de metáforas sobre la mujer-madre con su hogar-arquitectura a cuestas. En sus propias palabras, «la araña es un animal que se esconde en los ángulos y pone trampas. Los ángulos dan seguridad». Hay en sus trabajos recuerdos, memoria y drama. La araña es a la vez la casa como lugar de memoria y el tejer-destejer de la aguja con poderes curativos.

Para los españoles de mi generación, la Unión Europea es también una gran araña-madre, vulnerable y frágil que nunca y, menos ahora, pierde su dimensión dramática. En los años 70, entre el final de la dictadura y los inicios de la transición, el sueño de los Schuman, Adenauer, De Gasperi, era a la vez la idea de la democracia, la libertad y la tensión económica de la crisis del petróleo de 1974 y las posteriores reconversiones industriales de principios de los ochenta. Nuestros veinticinco años de vida comunitaria han reforzado nuestra modernidad, nuestro compromiso con la Unión Europea, hasta tal punto que nuestras identidades nacional y europea parecen confundirse. Hemos dado siempre el sí a cualquier avance político-institucional de Europa y sin embargo empezamos a mostrar inquietud por el estancamiento institucional en el proceso fallido de la Constitución Europea que acabó dando lugar al actual tratado de Lisboa. Y ahora, en plena crisis financiera, a la inacción hasta recientes fechas del presidente Zapatero, se ha añadido la falta de liderazgo y la debilidad que muestra el viejo eje franco-alemán en la defensa del euro y en tomar medidas eficaces de coordinación económica y política.

Parece como si los actuales líderes de la Unión Europea sólo gobernasen para la realidad mediática y, de esta manera, sin una dirección clara, se acrecientan las tendencias aislacionistas. Por otra parte, hay quienes, frente a los mercados financieros, buscan chivos expiatorios, cuando sabemos que la crisis actual es sistémica porque el crédito, la realidad financiera, son parte del complejo sistema capitalista actual y mejor nos iría impulsando acciones más sólidas y efectivas entre todos. Se trata de tomar decisiones, regular el sistema financiero desde las instancias políticas, retomar la iniciativa de los principales países de la Unión y rectificar el silencio y el escaso protagonismo del Gobierno de España frente a la actual situación de Europa. Durante el segundo fin de semana del pasado mes de mayo, Europa se asomó al abismo de una crisis financiera y volvimos a oír los viejos tópicos sobre los griegos, los portugueses, los españoles, los alemanes y los franceses. Una integración débil resucita los viejos intereses nacionales y nos devuelve al pasado.

Hace veinte años, la caída de la vieja URSS transformó Europa y permitió la actual Unión Europea. La crisis financiera también transformará la realidad mundial y Europa tendrá que reencontrar su lugar desde la confianza y la dirección política restablecidas, buscando sus ángulos de seguridad.