El problema no es el burka; son los derechos de las mujeres. Y se está confundiendo intencionadamente el horror hacia una prenda que es una cárcel de tela con la forma inteligente de liberar a las mujeres, no del burka, sino de los hombres que les obligan a llevarlo. En esa dialéctica no se puede arremeter contra el eslabón más débil. ¿Qué alternativa les queda a las mujeres obligadas a permanecer prisioneras del burka si se les prohíbe circular con esa prenda por la calle? Permanecer encerradas en casa porque no se legisla contra quienes les obligan a usar esa prenda, sino a ellas por llevarla. Y esos machistas no les dejarán salir a la calle sin el cuerpo totalmente oculto.

El tema no se resuelve en un debate frívolo y superficial con marcados intereses electoralistas trufados de xenofobia. No conozco a nadie que defienda el uso del burka, al margen de los hombres islamistas más extremistas. La diferencia cultural no es un bien en sí mismo si ataca los fundamentos de los derechos humanos; pero al mismo tiempo, las últimas intervenciones armadas en Iraq y Afganistán demuestran que la fuerza no sirve para establecer los derechos y defender el de las mujeres si no va acompañado de una labor de convencimiento que deje en minoría a los extremistas.

La cuestión es plantearse cómo en el espacio que ejercemos la soberanía, que es el de nuestro Estado nación, podemos colaborar a que todas las mujeres sean de verdad iguales a los hombres en sus derechos y a partir de ahí los problemas se solucionarán por recuperación de los espacios de libertad que todavía están secuestrados por un machismo ancestral que algunas culturas pretenden revestir de costumbres respetables. Los tiempos, los modos y las reflexiones sobre temas fundamentales tienen que ser sosegadas y profundas y no para alimentar un cartel electoral. Resulta curioso que el PP, que se opone al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo y a muchos avances culturales asentados en Europa, quiera ser vanguardia en la lucha contra el burka precisamente en Cataluña, donde la xenofobia promete mucha rentabilidad electoral.