Si todos los votos valen lo mismo, algunos tienen un cierto valor añadido. Son las papeletas de quienes habiendo superado la etapa de las caspas ideológicas, con un adecuado champú a base de esencia de libros perfumado con extractos escépticos, podemos votar un día a Dios y en la siguiente convocatoria al diablo. Miles de votos que al final decantan un resultado u otro, porque la mayor parte de la ensalada electoral está ya aliñada, aunque lluevan gürteles de punta, desde mucho antes de cada contienda. Hablo del voto promiscuo, infiel, nunca conquistado del todo, mutable como el amor, cambiante como la vida, muy a tono con la sexualidad fronteriza que tanto se lleva. Los políticos saben que, para ganar, hay que seducir a ese voto, y ampliar el catálogo yendo más allá de los habituales y habitualas, como diría la Pajín y la chica esa de la igualdad que nunca recuerdo como se llama.

La campaña permanente del PP se dirige más a sus fieles que al personal fronterizo. Los veo por la tele y me da la impresión de que les han salido callos en la lengua. No me parece muy relevante que gobiernen unos u otros, que al final los que mandan de verdad no se presentan y andan por el mundo contando plusvalías, pero un vuelco electoral es como hacer limpieza de ropero y cambiar el fondo de armario. Y posibilita además que podamos escribir muchos artículos y rellenar horas de tertulias con la ley del mínimo esfuerzo. Zapatero se ha puesto ahora en el lugar de Rajoy, con sus ajustes, adelantando las rebajas de verano, y Rajoy se ha hecho un lío y ya no sabemos donde está. Suena rarísimo que ahora que el presidente se aviene por fin a aplicar el recetario de la derecha continúe Rajoy negando la mayor, como si se hubiera saltado ese capítulo. Podría alegrarse don Mariano de la súbita conversión de Zapatero y hasta apadrinar el evento, recitando al presidente la cita bíblica sobre la alegría que provoca en el cielo, y en el despacho de la Merkel, el pecador que se arrepiente. Lo digo yo, que pienso que Rajoy es mejor de lo que aparenta ser, aunque se empeñe últimamente en lo contrario, igual que Zapatero aparenta ser lo que realmente es.

La dialéctica del PP con el asunto de la crisis es tan vulgar como inverosímil. Ya sabemos que hay un notable contingente de ciudadanos con poco seso, capaces de admitir si toca que Mariano Rajoy desciende por linea directa de María Magdalena, pero no hay que pasarse a la hora de jugar con la estupidez del personal. Claro tampoco Zapatero está rentabilizando su condición de pecador arrepentido, con su espectacular conversión por la vía de la congelación salarial y todo eso, que es una condición muy telenovelera y se puede vender muy bien, deben de andar de vacaciones los asesores de los unos y los otros. Me gusta la gente capaz de cambiar de opinión por una buena causa, y si uno cambia de todo y se pone del revés como Zapatero, mas aún. No encuentro nada meritorio en el hecho de mantener las mismas convicciones toda una vida, qué aburrimiento, para la vida, y para las convicciones, y estoy en favor del voto promiscuo y de la sexualidad fronteriza. Pero me parece que el presidente, que sí debe ser hombre de convicciones, o de manías fosilizadas, que a veces es lo mismo, ha hecho un esfuerzo notable para mudar un poco la piel y ponerse al día en cosmética.

La súbita conversión de Zapatero, aunque fuera vía Obama y, tratándose de un ateo, no hubiera milagro de por medio, indica que su banalidad puede mudar de signo en un plis plas, lo cual puede acabar salvándole y hasta redimiéndole. Igual le encuentra el gusto a gobernar con eficacia, con la vanidad algo más cubierta en los foros internacionales, aunque sea poniéndose en las antípodas de él mismo, y se llevan los populares una sorpresa. Muy buena la «mise en scène» de Felipe González, como todas las suyas, llevándole al redil por la vía de una cierta adulación. A mi, que soy tan poco zapaterista como masón o marxista-leninista, me parece tan estupenda la conversión del presidente como aburrida y monocorde la cantinela escolar del PP. De seguir así las cosas no me importaría ponerme también del revés, emulando la gesta de Zapatero, pecador arrepentido, y terminar votándole a él.